sábado, 2 de diciembre de 2017

Domingo de la Semana 1 del Tiempo de Adviento. Ciclo B «Estad atentos y vigilad »



Lectura del profeta Isaías (63,16b-17.19b; 64,2b-7): ¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!

Tú, Señor, eres nuestro padre, tu nombre de siempre es «Nuestro redentor». Señor, ¿por qué nos extravías de tus caminos y endureces nuestro corazón para que no te tema? Vuélvete, por amor a tus siervos y a las tribus de tu heredad.
¡Ojalá rasgases el cielo y bajases, derritiendo los montes con tu presencia! Bajaste, y los montes se derritieron con tu presencia, jamás oído oyó ni ojo vio un Dios, fuera de ti que hiciera tanto por el que espera en él. Sales al encuentro del que practica la justicia y se acuerda de tus caminos. Estabas airado, y nosotros fracasarnos -aparta nuestras culpas, y seremos salvos.
Todos éramos impuros, nuestra justicia era un paño manchado; todos nos marchitábamos como follaje, nuestras culpas nos arrebataban como el viento. Nadie invocaba tu nombre ni se esforzaba por aferrarse a ti; pues nos ocultabas tu rostro y nos entregabas en poder de nuestra culpa. Y, sin embargo, Señor, tú eres nuestro padre, nosotros la arcilla y tú el alfarero: somos todos obra de tu mano.

Salmo 79, 2ac.3b.15-16.18-19: Oh Dios restáuranos, que brille tu rostro y nos salve. R/.

Pastor de Israel, escucha, // tú que te sientas sobre querubines, resplandece. // Despierta tu poder y ven a salvarnos. R/.

Dios de los ejércitos, vuélvete: // mira desde el cielo, fíjate, // ven a visitar tu viña, // la cepa que tu diestra plantó, // y que tú hiciste vigorosa. R/.

Que tu mano proteja a tu escogido, // al hombre que tú fortaleciste. // No nos alejaremos de ti; // danos vida, para que invoquemos tu nombre. R/.

Lectura de la primera carta de San Pablo a los cristianos de Corinto (1,3-9): Aguardamos la manifestación de Jesucristo nuestro Señor.

Hermanos: La gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, y del Señor Jesucristo sean con vosotros. En mi acción de gracias a Dios os tengo siempre presentes, por la gracia que Dios os ha dado en Cristo Jesús. Pues por él habéis sido enriquecidos en todo: en el hablar y en el saber; porque en vosotros se ha probado el testimonio de Cristo. De hecho, no carecéis de ningún don, vosotros que aguardáis la manifestación de nuestro Señor Jesucristo. Él os mantendrá firmes hasta el final, para que no tengan de qué acusaros en el día de Jesucristo, Señor nuestro. Dios os llamó a participar en la vida de su Hijo, Jesucristo, Señor nuestro. ¡Y él es fiel!

Lectura del Santo Evangelio según San Marcos (13,33-37): Velad, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Mirad, vigilad: pues no sabéis cuándo es el momento.
Es igual que un hombre que se fue de viaje y dejó su casa, y dio a cada uno de sus criados su tarea, encargando al portero que velara.
Velad entonces, pues no sabéis cuándo vendrá el dueño de la casa, si al atardecer, o a medianoche, o al canto del gallo, o al amanecer; no sea que venga inesperadamente y os encuentre dormidos.
Lo que os digo a vosotros, lo digo a todos: ¡Velad!»


& Pautas para la reflexión personal  

z El vínculo entre las lecturas

Con el I Domingo de Adviento comienza un nuevo año litúrgico (ciclo B). Jesucristo es el centro de la historia humana. Su venida al mundo es el aconteci­miento más importante de toda la historia, de manera que todo lo que ocurre dentro del tiempo se clasifica en «antes» o «des­pués de Cristo». Justamente las lecturas de este Domingo se refieren a esa anhelante espera, así como a la salvación prometida por Dios. En la Primera Lectura tenemos una bellísima oración, en forma de salmo[1], que expresa los sentimientos de los israelitas que volvían alegres a la tierra prometida después del destierro, pero advertían que, extrañamente, la intervención salvífica de Dios se hacía esperar: «¡Ah si rompieses los cielos y descendieses!» Hay dolor por la realidad actual, pero esperanza serena en la promesa del Señor.
En la Segunda Lectura San Pablo nos dice que ya no nos falta ningún don: todo ya ha sido dado en Jesucristo para nuestra Reconciliación ya que Dios es siempre fiel a todas sus promesas.
El Evangelio de San Marcos indica cuál debe de ser la actitud normal del creyente consecuente con su fe: la espera vigilante. ¡El Señor está para llegar en cualquier momento en nuestras vidas! Qué absurdo resulta entonces no vigilar y más aún quedarnos dormidos…no sea que llegue de improviso. 

J «Yahveh, tú eres nuestro Padre y Redentor desde siempre»

Después de recordar la actitud providente de Dios con su pueblo, Isaías invita a Yahveh a manifestar de nuevo sus cuidados y prodigios. Le pide que contemple desde el cielo (ver 63,15) y vea la situación actual de su pueblo abandonado: «¿dónde está tu celo y tu fortaleza…?¿Y tus misericordias ante mí se han contenido?». Sin embargo el profeta reconoce que Yahveh es el único que los puede rescatar y redimir[2] de sus culpas. El profeta alza al cielo una pregunta y pregunta porqué los deja andar errantes por sus caminos o caprichos, permitiendo que se endurezca su corazón, de modo que no obren según el temor de Dios.

Esta situación de abandono hace que el profeta sienta ansias de que se «abran los cielos», el único obstáculo físico entre Dios y su pueblo. Sin embargo, después de reconocer los pecados del pueblo, el profeta apela a la misericordia de Dios: Israel es su pueblo y Yavheh no es indiferente a sus calamidades. «Pues bien, Yahveh, tú eres nuestro Padre. Nosotros la arcilla, y tú nuestro alfarero, la hechura de tus manos todos nosotros». La única razón de existir de Israel es justamente la elección de Dios. Y esto nunca está lejos del corazón de Dios.

J «Estad atentos y vigilad»

El Evangelio de este Domingo comienza con estas palabras de Jesús: «Estad aten­tos y vigilad, porque igno­ráis cuándo será el momento". Y luego Jesús agrega una parábola para ilustrar la necesidad de estar siempre a la espera: «Es igual que un hombre que se ausenta... y ordena al portero que vele: velad, por tanto, ya que no sabéis cuándo viene el dueño de la ca­sa...». En el breve Evange­lio de este Domingo es claro que no sabemos el momento, pero no se nos aclara el momento de qué. Es porque ya lo ha dicho Jesús antes: «Entonces verán al Hijo del hombre que viene entre nubes con gran poder y gloria; entonces enviará a los ángeles y reunirá de los cuatro vien­tos a sus elegidos, desde el extremo de la tierra hasta el extremo del cielo» (Mc 13,26-27).

Lo importante es fijar ahora nuestra mirada en ese momento de la venida final de Jesús. Si el momento de la primera venida de Cristo, con una ciencia más depurada, podría llegar a fijarse con precisión, el momento de su última venida es imposible predecirlo. Esto es un punto firme de la enseñanza de Cris­to, tanto que llega a decir: «De aquel día y hora nadie sabe nada, ni los ángeles en el cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre» (Mc 13,32). «Nadie sabe nada»; y entre los que excluye el conocimiento de este día, excluye también al Hijo (se entiende en su condición humana, que es la situa­ción en que habría podido revelarlo). Hay una sola excep­ción: el Padre. Es que Dios no tiene sucesión de tiempo; Él ve toda la historia presente de punta a cabo. Es como el autor de una pieza de teatro que en el momento de crearla ya sabe cuándo empieza y cuándo termina. Nadie más lo sabe por más que aparezcan los clásicos «sabedores de todas las ciencias ocultas» que quieran embaucarnos con falsas previsiones. 

Alguien podría pensar que el tema de la espera vigi­lante es más intenso ahora que antes, pues ahora estamos más cerca del fin. En realidad, el tema de la vigilancia rige en todas las edades con igual intensidad. Este es el sentido de la amplia­ción de los destinatarios que leemos en el Evangelio: «Lo que a vosotros digo, lo digo a todos: ¡Velad!». Lo que Jesús mandaba a los de su tiempo lo manda también a noso­tros más de 2000 años después, y su voz resuena con la misma urgencia en todas las edades intermedias. Es esencial a la condición cristiana estar en vela siempre y esperando. La advocación cristiana más antigua lo atesti­gua: «Maranatha: Señor, ven» (1Cor 16,22).

L «No sea que los encuentre dormidos…»

San Agustín comentando sobre la vigilancia distingue el sueño del cuerpo y el sueño del alma: «Dios ha concedido al cuerpo el don del sueño, con el cual se restauran sus miembros, para que puedan sostener al alma vigilante. Lo que debemos evitar es que nuestra alma duerma. Malo es el sueño del alma. El sueño del alma es el olvido de su Dios... A éstos el apóstol dice: 'Despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y te iluminará Cristo' (Ef 5,14). Así como el que duerme corporalmente de día, aunque brille el sol y el día caliente, es como si estu­viera de noche; así también algunos, ya presente Cristo y anuncia­da la verdad, yacen en el sueño del alma». 

El que duerme tiene que despertarse ahora; no mañana, porque no sabe si el Señor viene «al atardecer, o a media noche, o al cantar del gallo, o de madrugada». No hay que ser como ese hombre que tenía el vicio del juego y dijo: «Prometo que desde mañana ya no jugaré más; esta noche será la última vez». Éste está perdido, porque mañana dirá lo mismo y así sucesivamente, y el día del Señor lo sorprenderá durmiendo. Hay que ser como este otro: «Mañana no sé; pero esta noche, no». El primero se parece demasiado a los que duermen y dicen hoy, al comenzar el Adviento: «Me volveré a Dios sin falta para Navidad». Es seguro que cuando llegue la Navidad, dirán: «Lo haré sin falta en Cuares­ma..., etc.». A cada uno nos manda el Señor el mismo mensaje que envió a la Iglesia de Laodicea: «Sé ferviente y arrepiénte­te. Mira que estoy a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo» (Ap 3,19-20).

J El tiempo de espera

El tiempo de Adviento es un tiempo de con­versión, de peni­tencia, de sobriedad, de vigilancia, de ayuno, porque «nos ha sido quita­do el Esposo» y todavía no vuelve. El entonces Cardenal Joseph Ratzinger nos explica bellamente: «Reflexionemos un poco acerca de lo que significa la palabra «adviento». Esta es una palabra latina, que en nuestro idioma, se puede traducir por «presencia» o «llegada» o «venida». En el lenguaje del Antiguo Testamento se designaba la llegada de algún personaje oficial, especialmente la de reyes o los césares a la provincia.

Pero también podía expresar la llegada de la divinidad, la cual salía de su ocultamiento y manifestaba con poder su actuación, o cuya presencia en el culto se celebraba de una manera festiva y solemne. Esta palabra la tomaron los cristianos para expresar su relación especial respecto a Jesucristo. Él es para ellos el rey que hizo su entrada en esta pobre provincia de la tierra y a la que Él regala la fiesta de su visita; Él es aquél en cuya presencia en la reunión litúrgica ellos creen. De un modo general, ellos trataban de decir con esta palabra: Dios está aquí. Él no se retiró del mundo. No nos dejó solos. Aun cuando no podamos verle y tocarle, como si se tratara de una cosa, sin embargo, está aquí y viene a nosotros de muchas maneras.

Un segundo elemento fundamental del adviento es el aguardar, lo cual, al mismo tiempo, es una esperanza. El adviento representa lo que es, en fin de cuentas, el contenido del tiempo cristiano y el contenido de la historia. Jesús dejó ver esto en muchas parábolas: en la historia de los criados que aguardan al regreso de su Señor o que se olvidan del mismo y que actúan como si ellos fueran los dueños; en la narración acerca de las vírgenes que esperan al novio o que no le quieren esperar, y en las parábolas de la semilla y de la cosecha»..

+ Una palabra del Santo Padre:

«Comenzamos hoy, primer domingo de Adviento, un nuevo año litúrgico, es decir un nuevo camino del Pueblo de Dios con Jesucristo, nuestro Pastor, que nos guía en la historia hacia la realización del Reino de Dios. Por ello este día tiene un atractivo especial, nos hace experimentar un sentimiento profundo del sentido de la historia. Redescubrimos la belleza de estar todos en camino: la Iglesia, con su vocación y misión, y toda la humanidad, los pueblos, las civilizaciones, las culturas, todos en camino a través de los senderos del tiempo.

¿En camino hacia dónde? ¿Hay una meta común? ¿Y cuál es esta meta? El Señor nos responde a través del profeta Isaías, y dice así: «En los días futuros estará firme el monte de la casa del Señor, en la cumbre de las montañas, más elevado que las colinas. Hacia él confluirán todas las naciones, caminarán pueblos numerosos y dirán: “Venid, subamos al monte del Señor, a la casa del Dios de Jacob. Él nos instruirá en sus caminos y marcharemos por sus sendas”» (2, 2-3). Esto es lo que dice Isaías acerca de la meta hacia la que nos dirigimos.

Es una peregrinación universal hacia una meta común, que en el Antiguo Testamento es Jerusalén, donde surge el templo del Señor, porque desde allí, de Jerusalén, ha venido la revelación del rostro de Dios y de su ley. La revelación ha encontrado su realización en Jesucristo, y Él mismo, el Verbo hecho carne, se ha convertido en el «templo del Señor»: es Él la guía y al mismo tiempo la meta de nuestra peregrinación, de la peregrinación de todo el Pueblo de Dios; y bajo su luz también los demás pueblos pueden caminar hacia el Reino de la justicia, hacia el Reino de la paz. Dice de nuevo el profeta: «De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra» (2, 4).

Me permito repetir esto que dice el profeta, escuchad bien: «De las espadas forjarán arados, de las lanzas, podaderas. No alzará la espada pueblo contra pueblo, no se adiestrarán para la guerra». ¿Pero cuándo sucederá esto? Qué hermoso día será ese en el que las armas sean desmontadas, para transformarse en instrumentos de trabajo. ¡Qué hermoso día será ése! ¡Y esto es posible! Apostemos por la esperanza, la esperanza de la paz. Y será posible».

Papa Francisco. Ángelus 1 de diciembre de 2013.




'Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana 

1. Vivamos junto con la Iglesia la espera del nacimiento del Niño Jesús. Preparemos y encendamos la primera vela de la corona de adviento en familia.

2. Nuestra esperanza no se da en abstracto. ¿Cómo voy a vivir de manera concreta esa espera? ¿Qué medios voy a colocar para poder en este tiempo acercarme más a Jesús y a María?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 524. 1095. 1817-1821.




[1] Los salmos son oraciones que expresan toda clase de afectos y experiencias humanas, pero principalmente manifiestan una fe y una confianza profunda en Dios.
[2] Redimir: (Del lat. redimĕre). Rescatar o sacar de esclavitud al cautivo mediante precio. Dicho de quien cancela su derecho o de quien consigue la liberación: Dejar libre algo hipotecado, empeñado o sujeto a otro gravamen. Librar de una obligación o extinguirla. Poner término a algún vejamen, dolor, penuria u otra adversidad o molestia.

texto faciliatado por J.R. PULIDO, presidente del Consejo Diocesano de Toledo

--------------------
Altar de las Ánimas del Purgatorio en el que se ha celebrado un Triduo la Hermandad Sacramental de la Parroquia de Santa María Magdalena, Sevilla. (foto Cameso)


No hay comentarios:

Publicar un comentario