sábado, 27 de mayo de 2017

La Ascensión del Señor. Ciclo A «Haced discípulos a todas las gentes» La Misa del Domingo



Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (1, 1- 11): Lo vieron levantarse.

En mi primer libro, querido Teófilo, escribí de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando hasta el día en que dio instrucciones a los apóstoles, que había escogido, movido por el Espíritu Santo, y ascendió al cielo. Se les presentó después de su pasión, dándoles numerosas pruebas de que estaba vivo, y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios. Una vez que comían juntos, les recomendó: «No os alejéis de Jerusalén; aguardad que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que yo os he hablado. Juan bautizó con agua, dentro de pocos días vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo.» Ellos lo rodearon preguntándole: «Señor, ¿es ahora cuando vas a restaurar el reino de Israel?» Jesús contestó: «No os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad. Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo.»
Dicho esto, lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista. Mientras miraban fijos al cielo, viéndolo irse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse.»

Salmo 46,2-3.6-7.8-9: Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas. R./

Pueblos todos batid palmas, // aclamad a Dios con gritos de júbilo; // porque el Señor es sublime y terrible, // emperador de toda la tierra. R./

Dios asciende entre aclamaciones, // el Señor, al son de trompetas; // tocad para Dios, tocad, // tocad para nuestro Rey, tocad. R./

Porque Dios es el rey del mundo; // tocad con maestría. // Dios reina sobre las naciones, // Dios se sienta en su trono sagrado. R./

Lectura de la carta de San Pablo a los Efesios (1,17- 23): Lo sentó a su derecha, en el cielo.
Hermanos: Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos, y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros, los que creemos, según la eficacia de su fuerza poderosa, que desplegó en Cristo, resucitándolo de entre los muertos y sentándolo a su derecha en el cielo, por encima de todo principado, potestad, fuerza y dominación, y por encima de todo nombre conocido, no sólo en este mundo, sino en el futuro. Y todo lo puso bajo sus pies, y lo dio a la Iglesia como cabeza, sobre todo. Ella es su cuerpo, plenitud del que lo acaba todo en todos.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (28,16-20): Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra.

En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo.»


& Pautas para la reflexión personal  

z El vínculo entre las lecturas

«Este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo» (Primera Lectura). Esta afirmación del relato del libro de los Hechos de los Apóstoles nos ofrece una síntesis profunda del mensaje central de la Solemnidad de la Ascensión. Jesús asciende al cielo en su cuerpo glorioso[1] pero deja a sus apóstoles una misión clara y comprometedora: «Id y haced discípulos a todos los pueblos» (Evangelio). Se trata de anunciar sin descanso la Buena Nueva: Jesucristo ha resucitado y está sentado a la diestra del Padre en los Cielos. Esta es la verdad en la que fundamenta nuestra fe (Segunda Lectura).

J La Ascensión de Jesús a los cielos

En el tiempo que ha transcurrido desde la Resurrec­ción del Señor la Iglesia recuerda las diversas apariciones de Cristo Resucitado a sus discípulos. No sabemos exactamente cuántas veces se les apareció. La expresión usada por Lucas en el libro de los Hechos de los Apóstoles da la impresión de un contacto diario de Jesús con sus apóstoles: «Se les presentó dándoles muchas prue­bas de que estaba vivo, apareciéndoseles durante cua­renta días y hablándoles acerca del Reino de Dios» (Hch 1,3). La liturgia dominical nos recuerda la última de esas apari­ciones. En esta ocasión Jesús no «desapareció de su lado» en un instante, como ocurrió mientras estaba a la mesa con los discípulos de Emaús (ver Lc 24,31) y también en las demás aparicio­nes; esta vez «fue levantado en pre­sencia de ellos hasta que una nube lo ocultó a sus ojos».

Aquella nube que esconde el cuerpo de Cristo posee un profundo significado bíblico. En múltiples ocasiones en la Sagrada Escritura, la Gloria de Dios se manifiesta en forma de nube (ver Ex 16,10; 19,9 etc.). La nube fue la que se interpuso entre el campamento de los israelitas y los ejércitos egipcios que venían en su busca por el desierto. Esa nube era la que defendía a Israel y la que indicaba el momento de alzar el campamento y reemprender la marcha. El texto del Éxodo es muy significativo: Yahveh iba al frente de ellos, de día en columna de nube para guiarlos por el camino, y de noche en columna de fuego para alumbrarlos, de modo que pudiesen marchar de día y de noche. No se apartó del pueblo ni la columna de nube por el día, ni la columna de fuego por la noche (ver Ex 13, 21-22). Es pues, función de la nube «guiar» de día y «alumbrar» de noche. Pero es también la nube la que se aparece en el Sinaí y envuelve a Moisés con el misterio para recibir las tablas de la ley. La nube es símbolo de la cercanía de Dios: Dios está presente, se avecina y se deja sentir, pero al mismo Dios es trascendente, es santo, está por encima de los cielos. La nube es revelación y misterio. Es revelación y ocultamiento. Es una verdad que se revela ocultándose y se oculta revelándose.

En la Ascensión, Jesús «fue levantado en presencia de ellos». Este modo de dejarlos fue el signo de que abandona­ba este mundo y ya no lo volverían a ver en su apariencia física. Se estaban cumpliendo así las pala­bras que Jesús había dicho a sus discípulos: «Salí del Padre y he venido al mundo; ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre» (Jn 16,28). Pero los discípulos sabían que tenía que cumplirse también esta otra promesa: «Dentro de poco ya no me veréis y dentro de otro poco me volveréis a ver» (Jn 16,16). Sabemos cuánto duró el primer «poco» ya que fue el tiempo que se extendió desde el momento en que Jesús pronunció esas palabras - que fue en la Última Cena, antes de su Pasión y Muer­te -, hasta la Ascensión de Jesús Resu­ci­tado al cielo: cuarenta y tres días. Y ¿cuánto duró el «otro poco»?

Ese «otro poco» es el tiempo de la ausen­cia de Jesús. Para que la promesa de Jesús tuviera sentido debía ser realmente «poco tiempo». A este breve lapso de tiempo se refiere Jesús cuando, el día que ascendió al cielo, «mandó a sus apóstoles que no se ausentasen de Jerusalén, sino que aguardasen la Promesa del Padre». Y les asegura: «Dentro de pocos días seréis bautizados en el Espíritu Santo». En ese momento los apóstoles no sabían cuántos días. Ahora nosotros sabemos que la espera fue breve: duró diez días; pues el Espíritu Santo vino sobre los apóstoles el día de Pentecostés, es decir, cincuenta días después de la Resurrección. Gracias a la acción del Espíritu Santo, sintieron los apóstoles que el Señor estaba de nuevo con ellos. A esta presencia se refería Jesús cuando les dijo: «En aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros» (Jn 14,20). Este es el modo de presencia más real y más pleno de Jesús con nosotros; más que el de su presencia física en los días de su peregrinación por este mundo.

J El final del Evangelio de San Mateo

El Evangelio de este día, tomado de los cinco últimos versículos de Mateo, debe entenderse situado en el momento de la Ascensión de Jesús a los cielos. Después de reunir a sus discípulos, darles las últimas instrucciones y enviarlos, Jesús les asegura su presencia junto a ellos. Esta promesa no tendría sentido si no se enten­diera que acto seguido Jesús fue llevado al cielo.

El breve texto de cinco versículos, precisamente por ser la conclusión de todo el Evangelio de Mateo, es de una extraordinaria riqueza. Constituye un punto fundamental de la doctrina sobre la Trinidad, pues contiene la expresión trinitaria más explícita. Es un texto clave de la doctrina sobre el Bautismo cristiano, pues contiene la fórmula para administrar válidamente este sacramento y pone en eviden­cia su relación con el anuncio cristiano y la instrucción sucesi­va. Es donde les encomienda a los discípulos conti­nuar su misma misión en el mundo.

El Evangelio es explícito en decir que estas pala­bras fueron dirigidas a los «once discípulos» (el puesto de Judas todavía no había sido cubierto). Pero que desde entonces fueron cons­tituidos en «apóstoles» que quiere decir exactamente eso: «enviados». Así entendieron ellos su identidad más profunda: enviados por Jesús con la misión precisa de hacer a todos los pueblos discípulos de Cristo. Llama inmediatamente la atención que en este breve texto la palabra «todo» se repita cuatro veces: todo poder, todos los pueblos, todo lo mandado, todos los días.

K «Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tie­rra»

Jesús posee la totalidad del poder. Esto es lo que durante su vida más llamaba la atención de la gente. «Se asombraban de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene poder» (Mt 7,29). Cuando Jesús perdonó los pecados al paralítico y como signo le dio también la salud corporal, «la gente temió y glorificó a Dios que había dado tal poder a los hombres» (Mt 9,7).

Jesús tiene poder de expulsar los demo­nios, de calmar la tormenta, de dar vida a los muertos, etc. Con estos hechos daba testimonio de sus  palabras: «El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en sus manos» (Jn 3,35). Jesús tiene la tota­lidad del poder y lo que Él ha estableci­do y mandado, nadie puede cambiarlo. Pero ha dado parte de su poder a la Iglesia cuando dijo: «Todo lo que atéis en la tierra quedará atado en el cielo... a quienes perdonéis los pecados les quedarán perdo­nados... id y haced discípulos de todos los pueblos...». La Iglesia ha recibido del Señor todo el poder necesario para cumplir su misión de salvación en favor de los hombres.

J «Haced discípulos de todos los pueblos»

La misión se dirige a la totalidad de los hombres. Así queda expresada de la manera más evidente la univer­salidad de la salvación. En la Antigua Alianza, Israel, con sus límites geográ­ficos y étnicos definidos, había sido elegido como «pueblo de Dios»; en la Nueva Alianza, la Iglesia, que es el nuevo Israel, no posee lími­tes de ningún tipo; ella tiene la extensión de la humanidad; todos están llamados a formar parte de ella y gozar de las prome­sas de Dios. En su gran visión del Apoca­lipsis, el autor escucha ante el trono del Cordero un cánti­co nuevo: «Fuiste degollado y compraste para Dios con tu sangre hom­bres de toda raza, lengua, pueblo y nación» (Ap. 5,9).

J «Enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado»

Se trata de guardar la totalidad de la doctrina enseñada por Cristo. Jesús envía a hacer discípulos suyos indicando dos cosas necesarias: el Bautismo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo y la observancia de todo lo que Él ha mandado. Muchas veces estamos bautizados y nos llama­mos cristianos, pero faltamos a esta segunda condición: silencia­mos sistemática­mente algunos puntos del Evangelio, porque nos resultan incómodos o porque, según la idea parti­cular que nos hemos hecho de Dios, no cuadrarían con Él; o simplemente nos desen­tendemos de alguna parte de su doctri­na, por ejemplo, lo que manda respecto al divorcio, al adulterio, al uso adecuado de las riquezas, etc. En obediencia a esta misión dada por Cristo de enseñar todo lo mandado por Él, la Iglesia ha promulgado el Cate­cismo de la Iglesia Cató­lica, que con­tiene «un com­pendio de toda la doctrina católi­ca tanto sobre la fe como sobre la moral». Contiene lo que un discípulo de Cristo debe creer, celebrar, vivir y orar.

J «Estoy con vosotros todos los días»

Aquí está expresa­da la totalidad del tiempo. Son las últimas palabras de Cristo y es la promesa más hermosa: su presencia continua en medio de su Igle­sia. Si es cierto que su Ascensión corporal es un dogma de nuestra fe, también lo es su presencia real en la Iglesia, sobre todo, en aquella presencia llamada «real» por excelen­cia: la Eucaristía. Jesucristo Resucitado, con su cuerpo, sangre, alma y divinidad está sentado a la derecha de Dios y está en nuestros altares en el «pan de vida eter­na» y en el «cáliz de salvación».

+ Una palabra del Santo Padre:

«Jesús parte, asciende al cielo, es decir, regresa al Padre de quien había sido enviado al mundo. Pero no se trata de una separación, porque Él permanece para siempre con nosotros, en una forma nueva. Con su Ascensión, el Señor resucitado atrae la mirada de los Apóstoles – y también nuestra mirada – a las alturas del Cielo para mostrarnos que la meta de nuestro camino es el Padre.

Sin embargo, Jesús permanece presente y operante en las vicisitudes de la historia humana con la potencia y los dones de su Espíritu; está junto a cada uno de nosotros: incluso si no lo vemos con los ojos, ¡Él está! Nos acompaña, nos guía, nos toma de la mano y nos levanta cuando caemos. Jesús resucitado está cerca de los cristianos perseguidos y discriminados; está cerca de cada hombre y mujer que sufre.

Pero Jesús también está presente mediante la Iglesia, a la que Él ha enviado a prolongar su misión. La última palabra de Jesús a los discípulos es la orden de partir: “Vayan, pues, y hagan discípulos a todas las gentes” (Mt 28, 19). Es un mandato preciso, ¡no es facultativo! La comunidad cristiana es una comunidad “en salida”, “en partida”. Y ustedes me dirán: ¿pero y las comunidades de clausura? Sí, también ellas, porque están siempre “en salida” con la oración, con el corazón abierto al mundo, a los horizontes de Dios. ¿Y los ancianos, los enfermos? También ellos, con la oración y la unión a las llagas de Jesús.

A sus discípulos misioneros Jesús les dice: “Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin del mundo” (v. 20). Solos, sin Jesús, ¡no podemos hacer nada! En la obra apostólica no bastan nuestras fuerzas, nuestros recursos, nuestras estructuras, si bien son necesarias. Sin la presencia del Señor y la fuerza de su Espíritu nuestro trabajo, aun si bien organizado, resulta ineficaz.

Y junto a Jesús nos acompaña María, nuestra Madre. Ella ya está en la casa del Padre, es Reina del cielo y así la invocamos en este tiempo; pero como Jesús está con nosotros, camina con nosotros, es la Madre de nuestra esperanza».

Ángelus del Papa Francisco, domingo 1 junio 2014 La Ascensión del Señor a los cielos.




' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana 

1. Esta solemnidad de la Ascensión es un excelente momento para examinar nuestro peregrinar en la vida, considerando que el Señor volverá para tomarnos consigo. Hay que vivir diariamente teniendo un horizonte de eternidad.

2. En el misterio del Plan de Dios para la humanidad, la Ascensión de Jesucristomarca un viraje trascendental. Sentado a la derecha del Padre, «la Iglesia, que es su Cuerpo» (Ef 1, 22-23)por el poder del Espíritu Santo,está reinando eternamente. Meditemos en esta verdad revelada para que nos ayude a entender nuestra vocación última: el cielo.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 659 - 664. 668- 674.



[1]«Con esto, el Señor Jesús, después de hablarles, fue elevado al Cielo y se sentó a la diestra de Dios» (Mc 16, 19). El cuerpo de Cristo fue glorificado desde el instante de su Resurrección como lo prueban las propiedades nuevas y sobrenaturales, de las que desde entonces su cuerpo disfruta para siempre. Pero durante los cuarenta días en los que él come y bebe familiarmente con sus discípulos y les instruye sobre el Reino, su gloria aún queda velada bajo los rasgos de una humanidad ordinaria. La última aparición de Jesús termina con la entrada irreversible de su humanidad en la gloria divina simbolizada por la nube y por el cielo donde él se sienta para siempre a la derecha de Dios. Sólo de manera completamente excepcional y única, se muestra a Pablo «como un abortivo» (1 Co 15, 8) en una última aparición que constituye a éste en apóstol». Catecismo de la Iglesia Católica, 659. 

Texto facilitado por D. Juan Ramón Pulido, presidente diocesano y vicepresidente del Consejo nacional de la Adoración nocturna española.

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