sábado, 4 de marzo de 2017

Lecturas de la Misa del DOMINGO DE LA SEMANA 1ª DE CUARESMA. CICLO A «No tentarás al Señor tu Dios»



Lectura del libro del Génesis (2, 7-9; 3,1-7): Creación y pecado de los primeros padres.

El Señor Dios modeló al hombre de arcilla del suelo, sopló en su nariz un aliento de vida, y el hombre se convirtió en ser vivo.
El Señor Dios plantó un jardín en Edén, hacia oriente, y colocó en él al hombre que había modelado. El Señor Dios hizo brotar del suelo toda clase de árboles hermosos de ver y buenos de comer; además, el árbol de la vida, en mitad del jardín, y el árbol del conocimiento del bien y el mal.
La serpiente era el más astuto de los animales del campo que el Se­ñor Dios había hecho. Y dijo a la mujer: «¿Cómo es que os ha dicho Dios que no comáis de ningún árbol del jardín?» La mujer respondió a la serpiente: «Podemos comer los frutos de los árboles del jardín; solamente del fruto del árbol que está en mitad del jardín nos ha dicho Dios: "No comáis de él ni lo toquéis, bajo pena de muerte."» La serpiente replicó a la mujer: «No moriréis. Bien sabe Dios que cuando comáis de él se os abri­rán los ojos y seréis como Dios en el conocimiento del bien y el mal. »
La mujer vio que el árbol era apetitoso, atrayente y deseable, por­que daba inteligencia; tomó del fruto, comió y ofreció a su marido, el cual comió. Entonces se les abrieron los ojos a los dos y se dieron cuenta de que estaban desnudos; entrelazaron hojas de higuera y se las ciñeron.

Salmo 50,3-4.5-6a.12-13.14.17: Misericordia, Señor, hemos pecado. R/.

Misericordia, Dios mío, por tu bondad, // por tu inmensa compasión borra mi culpa; // lava del todo mi delito, // limpia mi pecado. R/.

Pues yo reconozco mi culpa, // tengo siempre presente mi pecado: // contra ti, contra ti sólo pequé, // cometí la maldad que aborreces. R/.

Oh Dios, crea en mí un corazón puro, // renuévame por dentro con espíritu firme; // no me arrojes lejos de tu rostro, // no me quites tu santo espíritu. R/.

Devuélveme la alegría de tu salvación, // afiánzame con espíritu generoso. // Señor, me abrirás los labios, // y mi boca proclamará tu alabanza. R/.

Lectura de la carta de San Pablo a los Romanos (5,12-19): Si creció el pecado, más abundante fue la gracia.

Hermanos: Lo mismo que por un hombre entró el pecado en el mundo, y por el pecado la muerte, y así la muerte pasó a todos los hombres, por­que todos pecaron.
Porque, aunque antes de la Ley había pecado en el mundo, el pe­cado no se imputaba porque no había Ley. A pesar de eso, la muerte reinó desde Adán hasta Moisés, incluso sobre los que no habían pe­cado con una transgresión como la de Adán, que era figura del que había de venir.
Sin embargo, no hay proporción entre el delito y el don: si por la transgresión de uno murieron todos, mucho más, la gracia otorgada por Dios, el don de la gracia que correspondía a un solo hombre, Jesucristo, sobró para la multitud.
Y tampoco hay proporción entre la gracia que Dios concede y las consecuencias del pecado de uno: el proceso, a partir de un solo delito, acabó en sentencia condenatoria, mientras la gracia, a partir de una multitud de delitos, acaba en sentencia absolutoria.
Por el delito de un solo hombre comenzó el reinado de la muerte, por culpa de uno solo. Cuanto más ahora, por un solo hombre, Jesucristo, vivirán y reinarán todos los que han recibido un derroche de gracia y el don de la justificación.
En resumen: si el delito de uno trajo la condena a todos, también la justicia de uno traerá la justificación y la vida. Si por la desobediencia de uno todos se convirtieron en pecadores, así por la obediencia de uno todos se convertirán en justos.

Lectura del Santo Evangelio según San Mateo (4,1-11): Jesús ayuna durante cuarenta días y es tentado.

En aquel tiempo, Jesús fue llevado al desierto por el Espíritu para ser tentado por el diablo. Y después de ayunar cuarenta días con sus cuarenta noches, al fin sintió hambre.
El tentador se le acercó y le dijo: «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes.» Pero él le contestó, diciendo: «Está escrito: "No sólo de pan vive el hombre, sino de toda pa­labra que sale de la boca de Dios."» Entonces el diablo lo lleva a la ciudad santa, lo pone en el alero del templo y le dice: «Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito: «Encar­gará a los ángeles que cuiden de ti, y te sostendrán en sus manos, pa­ra que tu pie no tropiece con las piedras.» Jesús le dijo: «También está escrito: "No tentarás al Señor, tu Dios."» Después el diablo lo lleva a una montaña altísima y, mostrándole los reinos del mundo y su gloria, le dijo: «Todo esto te daré, si te postras y me adoras.» Entonces le dijo Jesús: «Vete, Satanás, porque está escrito: "Al Señor, tu Dios, adora­rás y a él solo darás culto."» Entonces lo dejó el diablo, y se acercaron los ángeles y le servían.


&Pautas para la reflexión personal  

z El vínculo entre las lecturas

Una de las constantes en las lecturas de este primer Domingo de Cuaresma es la relación con el tentador y el mal. En este sentido el Evangelio nos ofrece un tema central para la vida cristiana: Jesucristo nos muestra cómo se puede vencer a la tentación. Por otro lado, vemos en la lectura del Génesis, cómo Adán y Eva ceden al tentador. Sin embargo, así como por un sólo hombre ha entrado el pecado en la creación; por un solo hombre, Jesucristo el Verbo Encarnado, ha venido la gracia y la Salvación.

La Iglesia celebra hoy el primer Domingo de Cuaresma, que como su nombre lo indica, es un período de cua­renta días que terminará con el Domingo de Resurrec­ción donde cele­bramos la Pascua del Señor. Comienza, por tanto, cua­renta días antes de esa fecha - un día miércoles - con el signo austero y expre­sivo de las cenizas, que pues­tas sobre nues­tra frente, nos recuer­dan una verdad rotun­da: «Polvo eres y en polvo te con­verti­rás».

L La primera caída y el Nuevo Adán

«Por un hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte y así la muerte alcanzó a todos los hombres, ya que todos pecaron» (Rm 5,12). Esta frase de la carta de San Pablo a los Romanos se refiere al pecado de Adán, padre de toda la humanidad. Por ese pecado de Adán entró la muerte en el mundo, pues a él Dios le había dicho: «Del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que comieres de él, morirás sin remedio» (Gn 2,17).Podemos entender que Adán muriera, porque él pecó habiendo sido advertido. Pero… ¿por qué «alcanzó la muerte a todos los hombres»?

El Catecismo de la Iglesia Católica nos responde esta difícil pregunta: «Todo el género humano es en Adán «sicut unum corpus unius hominis» («Como el cuerpo único de un único hombre»). Por esta «unidad del género humano», todos los hombres están implicados en el pecado de Adán, como todos están implicados en la justicia de Cristo. Sin embargo, la transmisión del pecado original es un misterio que no podemos comprender plenamente.

Pero sabemos por la Revelación que Adán había recibido la santidad y la justicia originales no para él solo sino para toda la naturaleza humana: cediendo al tentador, Adán y Eva cometen un pecado personal, pero este pecado afecta a la naturaleza humana, que transmitirán en un estado caído. Es un pecado que será transmitido por propagación a toda la humanidad, es decir, por la transmisión de una naturaleza humana privada de la santidad y de la justicia originales. Por eso, el pecado original es llamado «pecado» de manera análoga: es un pecado «contraído», «no cometido», un estado y no un acto» (Catecismo de la Iglesia Católica, 404).

El Evangelio nos muestra justamente lo opuesto al pecado de Adán. El mismo que hizo caer a Adán e introdujo la muerte en el mundo va a intentar ahora hacer caer a Jesús. Pero el desenlace es completamente distinto. Dios había sentenciado a la serpiente antigua, refiriéndose a uno que sería «descendencia de la mujer»: «Él te pisoteará la cabeza, mientras acechas tú su talón» (Gn 3,15). Si Adán es considerado la cabeza de la humanidad, Cristo, el nuevo Adán; lo es con mucho más razón. Si por el pecado de Adán entró la muerte, por la fidelidad de Cristo nos viene la vida.

Esto es lo que Él mismo declara: «He venido para que tengan vida y la tengan en abundancia» (Jn 10,10). San Juan nos dice: «en él estaba la vida» (Jn 1,4). Este don es el que quería destruir el diablo y es el que destruye cada vez que nos tienta. Pero fue vencido por Cristo ya que «si por el delito de un solo hombre comenzó el reinado de la muerte,...cuánto más ahora, por un solo hombre, Jesucristo, vivirán todos» (Rm 5,17).

K «Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu...»

El Evangelio de hoy comienza con el adverbio de tiem­po «entonces». Pero este adverbio no tiene sentido sino en relación a lo que precede. Y lo que precede inmediatamente es la voz del Padre que, en el bautismo de Jesús en el Jordán, declara: «Este es mi Hijo amado en quien me com­plazco» (Mt 3,17). ¿Qué relación hay entre esta declara­ción del Padre y las tentaciones en el desierto? Por otro lado, el Espíritu que se vio bajar sobre Jesús en forma de paloma, es el que ahora lo lleva al desierto; y lo lleva con una finalidad: «ser tentado por el diablo». ¿Cómo es posible que el Espíritu lo ponga en la situación de ser tentado?

Para responder a estas preguntas, debemos recordar que en la Biblia hay otro período caracterizado por el número cuarenta, esta vez «cuarenta años». Se trata del tiempo que Israel peregrinó por el desierto de Sinaí des­pués de su salida de Egipto antes de entrar en la tierra prometida. Ese tiempo también fue un pe-ríodo de prueba. Pero ¿qué relación tiene Israel con el «Hijo de Dios»? También a Israel, Dios lo llama «su hijo». Cuando manda a Moisés a pedir al Faraón la salida de Israel, le ordena decir estas palabras: «Así dice Yahveh: Israel es mi hijo, mi primogénito... Deja ir a mi hijo para que me dé cul­to» (Ex 4,22-23). Y el mismo Moisés dice al pueblo: «Acuérdate de todo el camino que Yahveh tu Dios te ha hecho andar durante estos cuarenta años en el desierto para humi­llarte, pro­barte y conocer lo que había en tu corazón: si ibas o no a guardar sus mandamientos» (Deut 8,2).

Siglos más tarde, comen­tando esos hechos, el profe­ta Oseas transmitía esta queja de Dios: «Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo. Cuanto más los llama­ba, más se alejaban de mí» (Os 11,1-2).Ese hijo, que Dios reconoce como «su hijo primogénito», fue infiel.

Ahora, en cambio, respecto de Jesús, el Padre de­clara: «Este es mi Hijo amado, en quien me complazco» (Mt 3,17).E inme­diatamente después de estas palabras, sigue el viaje de Jesús al desierto y las tentacio­nes. Allí Jesús, igual que ese otro hijo que fue Israel, pasará un tiempo de prueba en el desierto; pero él se comportará como un Hijo fiel a su Padre, reparando así la infidelidad y el pecado de su pueblo.

L «Si eres Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en panes»

La Encarnación consiste en que el Hijo de Dios, sin dejar de ser verdadero Dios, se hizo «verdadero Hombre» y sufrió todo lo que tiene que sufrir un hombre: «Fue probado en todo igual que noso­tros, excepto el pecado» (Hb 4,15). Jesús fue tentado, para ense­ñar­nos que sufrir la tentación no es moralmente repro­bable sino que responde a la condición de nuestra humanidad.

Después de ayunar cuarenta días, Jesús sintió hambre, como es natural, y tuvo un fuerte deseo de comer. Él, que pudo nutrir a las multitudes, ¿no podía convertir las pie­dras en pan? Sí, podía. Pero eso habría significado hacer un milagro para saciar su hambre. Y esta era la tentación. Esta era la acción que el diablo le sugería: convertir las piedras en panes. ¿Por qué habría sido pecado ceder a ella, qué habría tenido de malo?

Ceder a ella habría sido vaciar de todo su signifi­cado la Encarna­ción; ya no habría sido «igual a nosotros en todo», si para saciar su hambre o para resol­ver cualquier otra necesidad le hubiera bastado hacer un milagro. Habría sido infiel a su misión y a la voluntad de su Padre. Tal vez esto recordaba Jesús cuando advierte a los discípulos: «Mi ali­mento es hacer la volun­tad del que me ha enviado» (Jn 4,34). Esta tenta­ción se parece mucho a la que sufrió en la cruz: «Si eres Hijo de Dios, baja de la cruz». Jesús podía bajar de la cruz. Pero eso habría sido frus­trar toda la Salvación; no habría cum­plido su misión de «Cor­dero de Dios que quita el pecado del mundo».

L«Si eres Hijo de Dios, tírate abajo, porque está escrito...»

La segunda tentación es semejante a la primera, pero es más sutil. Jesús había rechazado la primera tentación apo­yándo­se en la Palabra de Dios y ya que es así, para satisfacerlo, el tenta­dor toma «una palabra que sale de la boca de Dios» y le sugiere, en esta segunda tentación, reali­zar su condi­ción de Mesías con osten­ta­ción de po­der, con legiones de ángeles a sus órdenes; y la Escri­tura parecía apoyar esta visión. Pero Dios tenía pre­visto algo diferente.

Es lo que Jesús explica a Pedro cuando éste quiere evitar que sea apren­dido: «¿Piensas que no puedo rogar a mi Padre, que pondría al punto a mi disposición más de doce legiones de ángeles? Mas ¿cómo se cumplirían las Escrituras de que (el Mesías tiene que padecer)?» (Mt 26,53-54). Jesús rechazó la ten­tación y fue fiel a su misión, tal como se la había enco­mendado su Padre, hasta las últimas conse­cuencias. El «no tenía apariencia ni presencia... desprecia­ble y deshecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias» (Is 53,2-3).

L«Todo esto te daré si postrándote me adoras»

La tercera tentación es la más burda. El diablo está vencido, pero intenta seducir a Jesús con la riqueza. De Jesús, el Verbo eterno de Dios, está escrito: «Todo fue hecho por El y para El» (Col 1,16). Pero El se Encarnó y como hombre nació en un pesebre y no tenía donde reclinar su cabeza. Si hubie­ra cedido al deseo de tener riquezas -en esto consistió la tenta­ción- no habría asumido hasta el último de los hombres, como era la misión que le encomendaba su Padre. Renunciar a cumplir nuestra vocación a la santidad, renunciar al bien y a la verdad por el afán de las rique­zas, eso es abandonar a Dios y adorar al diablo. Jesús rechaza la tentación citando el prime­ro de los manda­mien­tos: «Sólo al Señor tu Dios adora­rás».

+Una palabra del Santo Padre:

«El rico sólo reconoce a Lázaro en medio de los tormentos de la otra vida, y quiere que sea el pobre quien le alivie su sufrimiento con un poco de agua. Los gestos que se piden a Lázaro son semejantes a los que el rico hubiera tenido que hacer y nunca realizó. Abraham, sin embargo, le explica: «Hijo, recuerda que recibiste tus bienes en vida, y Lázaro, a su vez, males: por eso encuentra aquí consuelo, mientras que tú padeces» (v. 25). En el más allá se restablece una cierta equidad y los males de la vida se equilibran con los bienes.

La parábola se prolonga, y de esta manera su mensaje se dirige a todos los cristianos. En efecto, el rico, cuyos hermanos todavía viven, pide a Abraham que les envíe a Lázaro para advertirles; pero Abraham le responde: «Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen» (v. 29). Y, frente a la objeción del rico, añade: «Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite un muerto» (v. 31).

De esta manera se descubre el verdadero problema del rico: la raíz de sus males está en no prestar oído a la Palabra de Dios; esto es lo que le llevó a no amar ya a Dios y por tanto a despreciar al prójimo. La Palabra de Dios es una fuerza viva, capaz de suscitar la conversión del corazón de los hombres y orientar nuevamente a Dios. Cerrar el corazón al don de Dios que habla tiene como efecto cerrar el corazón al don del hermano.

Queridos hermanos y hermanas, la Cuaresma es el tiempo propicio para renovarse en el encuentro con Cristo vivo en su Palabra, en los sacramentos y en el prójimo. El Señor ―que en los cuarenta días que pasó en el desierto venció los engaños del tentador― nos muestra el camino a seguir. Que el Espíritu Santo nos guíe a realizar un verdadero camino de conversión, para redescubrir el don de la Palabra de Dios, ser purificados del pecado que nos ciega y servir a Cristo presente en los hermanos necesitados. Animo a todos los fieles a que manifiesten también esta renovación espiritual participando en las campañas de Cuaresma que muchas organizaciones de la Iglesia promueven en distintas partes del mundo para que aumente la cultura del encuentro en la única familia humana. Oremos unos por otros para que, participando de la victoria de Cristo, sepamos abrir nuestras puertas a los débiles y a los pobres. Entonces viviremos y daremos un testimonio pleno de la alegría de la Pascua».

Papa Francisco. Mensaje para la Cuaresma 2017.







'Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana. 

1. ¿Qué voy hacer para poder vivir lo que la Iglesia me recomienda de manera especial para este tiempo de Cuaresma: la limosna, el ayuno y la oración?

2. Vale la pena memorizar cada una de las respuestas de Jesús y utilizarlas como armas poderosas contra las tentaciones de nuestro tiempo. ¿Qué tan consciente soy de cómo el demonio me tienta?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 397- 409; 538 - 540

( texto facilitado por J.R. Pulido, presidente Diocesano de ANE en Toledo )
fotografía: Altar Mayor de la Basílica de Nuestro Padre Jesús del Gran Poder. Sevilla. (C. Medina )


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