sábado, 27 de agosto de 2016

«Todo el que se ensalce, será humillado; y el que se humille, será ensalzado» Domingo de la Semana 22ª del Tiempo Ordinario. Ciclo C


Lectura del libro del Eclesiástico (3,19-21.30-31): Humíllate, y así alcanzarás el favor de Dios.


Hijo, actúa con humildad en tus quehaceres, y te querrán más que al hombre generoso. Cuanto más grande seas, más debes humillarte, y así alcanzarás el favor del Señor.

«Muchos son los altivos e ilustres, pero él revela sus secretos a los mansos». Porque grande es el poder del Señor y es glorificado por los humildes.

La desgracia del orgulloso no tiene remedio, pues la planta del mal ha echado en él sus raíces. Un corazón prudente medita los proverbios, un oído atento es el deseo del sabio.

Salmo 67, 4-5ac. 6-7ab. 10-11


R./ Tu bondad, oh, Dios, preparo una casa para los pobres.

Los justos se alegran, // gozan en la presencia de Dios, // rebosando de alegría. // Cantad a Dios, tocad a su honor; // su nombre es el Señor. R./

Padre de huérfanos, protector de viudas, // Dios vive en su santa morada. // Dios prepara casa a los desvalidos, // libera a los cautivos y los enriquece. R./

Derramaste en tu heredad, oh, Dios, una lluvia copiosa, // aliviaste la tierra extenuada; // y tu rebaño habitó en la tierra // que tu bondad, oh, Dios, // preparó para los pobres. R./

Lectura de la carta a los Hebreos (12,18-19.22-24a): Vosotros os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo.


Hermanos: No os habéis acercado a un fuego tangible y encendido, a densos nubarrones, a la tormenta, al sonido de la trompeta; ni al estruendo de las palabras, oído el cual, ellos rogaron que no continuase hablando. Vosotros os habéis acercado al monte Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a las miradas de ángeles, a la asamblea festiva de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos; a las almas de los justos que han llegado a la perfección, y al Mediador de la nueva alianza, Jesús.

Lectura del Santo Evangelio según San Lucas (14, 1.7-14): El que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido.


Un sábado, Jesús entró en casa de uno de los principales fariseos para comer y ellos lo estaban espiando.

Notando que los convidados escogían los primeros puestos, les decía una parábola: «Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal, no sea que hayan convidado a otro de más categoría que tú; y venga el que os convidó a ti y al otro y te diga: “Cédele el puesto a éste”. Entonces, avergonzado, irás a ocupar el último puesto.

Al revés, cuando te conviden, vete a sentarte en el último puesto, para que, cuando venga el que te convidó, te diga: “Amigo, sube más arriba”. Entonces quedarás muy bien ante todos los comensales. Porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido».
Y dijo al que lo había invitado: «Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque corresponderán invitándote, y quedarás pagado. Cuando des un banquete, invita a pobres, lisiados, cojos y ciegos; y serás bienaventurado, porque no pueden pagarte; te pagarán en la resurrección de los justos».


Pautas para la reflexión personal

 El vínculo entre las lecturas

El vínculo que podemos encontrar entre los textos litúrgicos de este Domingo es la humildad. Es la actitud del hombre ante las riquezas del mundo material o espiritual (Primera Lectura). Es y debe ser la actitud correcta de todo hombre, y particularmente del cristiano, en las relaciones con los demás (Evangelio). Y, sobre todo, debe ser la actitud propia del hombre en su relación con Dios; una actitud en la que descubre su propia pequeñez ante la magnanimidad de Dios (Segunda Lectura).

Entendiendo el contexto

El Evangelio de hoy comienza ubicando el contexto de lo que va a acontecer: «Sucedió que, habiendo ido Jesús en sábado a casa de uno de los jefes de los fariseos para comer, ellos lo estaban observando» (Lc 14,1). Tres cosas podemos destacar en esta introducción: el tiempo: día sábado; el lugar: la casa de un fariseo; la ocasión: un banquete con varios otros invitados. Después de esta introducción sigue un episodio, que no hace parte de la lectura dominical: «Había allí, delante de Jesús, un hombre hidrópico». Seguramente este hombre se había enterado de que Jesús estaba allí y había venido a postrarse ante él suplicándole que lo sanara. ¿Qué hacer?

Por un lado, es claro que la Ley prohíbe hacer cualquier trabajo en sábado, y Jesús declaró que Él había venido a «dar cumplimiento a la Ley» (Mt 5,17). Por otro lado, es claro que este hombre está privado de la salud. Jesús opta por curar al enfermo y lo despide. De esta manera enseña que la vida humana tiene un valor sagrado e inviolable y que la Ley, incluido el precepto del sábado, está formulada por Dios «para que el hombre tenga vida y la tenga en abundancia». El respeto de la vida humana y el cuidado de ella, desde su concepción hasta su fin natural, está en el centro de la enseñanza de Cristo.

En seguida el Evangelio se centra en el banquete. Jesús se fija en la conducta de los invitados y, notando cómo elegían los primeros puestos, les dice una parábola: «Cuando seas invitado por alguien a una boda, no te pongas en el primer puesto...». En realidad, más que una parábola en sentido estricto, ésta es una enseñanza de sabiduría humana. Y, aunque sea una norma de la más elemental prudencia humana, los invitados que Jesús observaba no la cumplían.

La literatura sapiencial

Con estas recomendaciones de sabiduría humana y de sana convivencia, Jesús adopta el estilo de la literatura sapiencial. Sabemos que varios libros de la Biblia pertenecen a este género: Job, Proverbios, Cohelet (Eclesiastés), Sirácida (Eclesiástico) y Sabiduría. También se encuentra el género sapiencial en parte de otros libros. Jesús revela tener conocimiento de esta literatura, pues la parábola que propone toma su enseñanza del libro de los Proverbios. Allí se hace la misma recomendación: «No te des importancia ante el rey, no te coloques en el sitio de los gran¬des; porque es mejor que te digan: 'Sube acá', que ser humillado delante del príncipe» (Prov. 25,6-7). Es la misma enseñanza que, para hacerla más incisiva, Jesús la propone en forma de parábola, según su estilo propio y característico de enseñar.

La literatura sapiencial floreció en el Antiguo Oriente, especialmente en Egipto y Mesopotamia, donde se componían proverbios, fábulas y poemas para enseñar el arte del bien vivir, conforme al orden del universo. De allí fue tomada por Israel, pero mirada bajo el prisma de su propia fe en un Dios creador y salvador que dirige todo el universo. Y en esta forma fue adoptada como parte de los libros sagrados. Pero la canonización mayor de estos libros les viene por el hecho de que Jesús los conozca y los cite. Tan sólo del libro de los Proverbios, el Nuevo Testamento tiene catorce citas textuales y una veintena de alusiones. Justamente en el Evangelio de hoy encontramos una de éstas.

Sin embargo, alguien podría preguntar: ¿Qué tiene que ver este tipo de consideraciones de prudencia y sabiduría humana con las virtudes sobrenaturales de fe, esperanza y caridad, que constituyen la perfección de la vida cristiana? ¿Por qué se ocupa Jesús de estas cuestiones de vida social? Él se ocupa de las virtudes humanas naturales, porque ellas son el terreno fértil en que pueden echar raíces las virtudes sobrenaturales de la fe, esperanza y caridad. Donde faltan las virtudes humanas de la honestidad, la lealtad, el amor a la verdad, la fidelidad a la palabra empeñada y a los compromisos asumidos, etc., y las virtudes cristianas naturales de la humildad, la paciencia, la mansedumbre, la modestia, la tolerancia, la generosidad, etc., es imposible que florezcan las virtudes sobrenaturales de la fe, esperanza y caridad.

Cuando alguien, por ejemplo, es deshonesto, o mentiroso, o mantiene negocios turbios y fraudulentos, no se puede pretender que sobresalga en la caridad; cuando alguien es vanidoso y soberbio y ambiciona los primeros lugares para alcanzar gloria humana, es imposible que brille por la fe y la esperanza sobrenaturales. Por otro lado, donde las virtudes sobrenaturales han encontrado un terreno apto para florecer, ellas perfeccionan ulteriormente al hombre en las virtudes natura¬les. Por eso, las virtudes humanas y cristianas naturales resplande¬cen con mayor brillo en los santos.

La reina de las virtudes

La parábola es de mera sabiduría humana y como tal contiene una sabia enseñanza para el diario vivir. Pero es claro que Jesús no se queda sólo en este nivel. Él no sólo está dando una norma de elemental buena educación. Lo que Jesús quiere enseñar es la virtud de la humildad. Por eso la sentencia conclusiva: «El que se ensalce, será humillado; y el que se humille será ensalzado», se refiere, en primer lugar, a nuestra relación con Dios. «Será humillado» y «será ensalzado» por Dios. La humildad es la reina de las virtudes. Ella hace resplandecer todas las demás virtudes y sin ella todas las demás virtudes perecen.

«Humilde» se deriva de la palabra latina «humilis», que a su vez proviene de «humus» (tierra). Humilde es pues el que está al ras del suelo o se mueve cerca del suelo. Algo que responde exactamente a nuestra condición de criatura ya que humilde es el que, con sabiduría y realismo, reconoce la distancia que le separa de su Creador.

Santa Teresa de Ávila, sin apelar a latines, dio una certera definición de humildad, quizás la mejor que existe: «Una vez estaba yo considerando por qué razón era nuestro Señor tan amigo de esta virtud de la humildad, y se me puso delante...esto: que es porque Dios es suma Verdad, y la humildad es andar en verdad» (Moradas sextas 10,8).


Más aún podemos decir que toda la historia de la salvación es el cumplimiento de esa sentencia luminosa de Jesús. En efecto, si todo el género humano se vio comprometido y sometido a la muerte, fue por el orgullo de nuestros primeros padres. Dios les había dado todos los bienes, incluido el más grande de todos que es su propia amistad e intimidad. El único límite que les puso fue el de su propia humanidad. Bastaba que el hombre reconociera su condición de ser humano. El único precepto: «Del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás» equivale a éste otro: «Conténtate con ser hombre y no quieras ser Dios». Pero no. El ser humano quiso traspasar también este límite y cedió a la tentación de ser dios: «El día que comiereis se os abrirán los ojos y seréis como dioses» (Gen 3,5). Y comió. Pero no fue dios, sino que volvió al polvo de donde había sido tomado: «Polvo eres y en polvo te convertirás» (Gen 3,19). El hombre se exaltó y fue humi¬llado. Ésta es la eterna historia del hombre autosufi¬ciente que quiere realizarse al margen de Dios.

Cristo, en cambio, para redimirnos hizo el camino contrario, como lo dice hermosamente el himno de la carta a los Filipenses 2,6-11: «Cristo, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios, sino que se despojó de sí mismo tomando condición de siervo haciéndose semejante a los hombres... se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz». Ésta es también la historia de la bien-aventurada Virgen María que es capaz de decir: «Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu - se alegra en Dios mi salvador - porque - ha puesto los ojos en la humildad de su esclava, - por eso desde ahora todas las generaciones me llamarán bienaventurada».

¿A quién invitar?

Aprovechando de que estaba en un banquete, Jesús siguió dando un criterio sobre la elección de los invitados: «Cuando des un banquete, llama a los pobres, a los lisiados, a los cojos, a los ciegos; y serás dichoso, porque no te pueden corresponder, pues se te recompensará en la resurrección de los justos». ¡Qué distinto es este criterio del que se usa en la vida corriente! Las listas de invitados parten siempre por los más poderosos y precisamente en vista de la retribución que ellos puedan ofrecer. Jesús dice: «Ellos te invitarán a su vez, y tendrás ya tu recompensa», quedarás pagado en esta tierra.

En cambio, si se invita a los que no pueden corresponder, la recompensa no será de ellos, ¡será de Dios! Y no será en bienes de esta tierra. Por eso dice: «Se te recompensará en la resurrección de los justos», es decir, eternamente en el cielo. ¡Qué extraño poder de retribución tienen los pobres! Es que Jesús se identificó con ellos de la manera más plena: «Tuve hambre y me disteis de comer... En verdad os digo que cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis» (Mt 25,35.40). La recompensa será ésta: «Venid, benditos de mi Padre, recibid en herencia el Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo» (Mt 25,34).

Una palabra del Santo Padre:


«En este momento, tantos hermanos y hermanas nuestros son martirizados en el nombre de Jesús, están en este estado, tienen en este momento la alegría de haber sufrido ultrajes, incluso la muerte, en el nombre de Jesús.

Para huir del orgullo solo está el camino de abrir el corazón a la humildad, y a la humildad no se llega sin la humillación. Esta es una cosa que no se entiende naturalmente. Es una gracia que debemos pedir.

La gracia de la imitación de Jesús. Una imitación testimoniada por esos muchos hombres y mujeres que sufren humillaciones cada día por el bien de su familia y cierran la boca, no hablan, soportan por amor de Jesús.

Y esta es la santidad de la Iglesia, esta es alegría que da la humillación, no porque la humillación sea bonita, no, eso sería masoquismo, no: porque con esa humillación se imita a Jesús. Dos actitudes: la de la cerrazón que te lleva al odio, a la ira, a querer matar a los demás, y la de la apertura a Dios en el camino de Jesús, que te hace aceptar las humillaciones, incluso las fuertes, con esta alegría interior porque estás seguro de estar en el camino de Jesús».
Francisco. Homilía 17 de abril de 2015 en Santa Marta.



Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. Humildad es andar en verdad. ¿Cómo vivo la humildad en mi vida cotidiana? ¿Soy humilde? ¿Qué me falta para vivir esta virtud?

2. ¿A quién invitaría a un banquete? ¿Cuándo ayudo a alguien, busco que ella me retribuya el favor? ¿Soy generoso y desinteresado?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 1803-1804. 1810-1813. 2779.


Texto facilitado por JUAN RAMON POLIDO, Presidente diocesano de A.N.E. Toledo

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