sábado, 23 de abril de 2016

LECTURAS DE LA MISA DEL Domingo de la Semana 5ª de Pascua. Ciclo C «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros»

MANDAMIENTO DEL AMOR

Que difícil es amar
a Dios sobre todas las cosas,
y no tan fácil podemos dejar
las cosas de este mundo tan apetitosas.

El Primer Mandamiento
habla del amor que a Dios debemos.
En la acción es difícil el cumplimiento,
más, cuando dudamos de lo que creemos.

El Segundo a este es semejante
“amar a tu prójimo como a ti mismo”.
Es ver tu persona en el semejante,
es vivir el amor con altruismo.

Mas cumplirlos es lo difícil
cuando ni ha nosotros mismo nos amamos.
Caer en desaliento, por el pecado fácil
y por esto una y mil veces nos condenamos.

Hoy Jesús en su Evangelio
dice que lo más grande es el Amor,
muestra que El siempre nos dio,
amar y dar la vida por el otro causa dolor.

Si queremos cumplir los Mandamientos
amar a Dios y a nuestro prójimo,
es primero llenarse de los sentimientos
de Dios y ver en el otro a uno mismo.

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Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (14, 21b-27): Contaron a la Iglesia lo que Dios había hecho por medio de ellos


En aquellos días, Pablo y Bernabé volvieron a Listra, a Iconio y a Antioquía, animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe, diciéndoles que hay que pasar muchas tribulaciones para entrar en el reino de Dios. En cada Iglesia designaban presbíteros, oraban, ayunaban y los encomendaban al Señor, en quien habían creído. Atravesaron Pisidia y llegaron a Panfilia. Y después de predicar en Perge, bajaron a Atalía y allí se embarcaron para Antioquía, de donde los habían encomendado a la gracia de Dios para la misión que acababan de cumplir. Al llegar, reunieron a la Iglesia, les contaron lo que Dios había hecho por medio de ellos y cómo había abierto a los gentiles la puerta de la fe.

Salmo (144, 8-9. 10-11. 12-13ab); R./ Bendeciré tu nombre por siempre, Dios mío, mi rey.


El Señor es clemente y misericordioso, lento a la cólera y rico en piedad; el Señor es bueno con todos, es cariñoso con todas sus criaturas. R./
Que todas tus criaturas te den gracias, Señor, que te bendigan tus fieles. Que proclamen la gloria de tu reinado, que hablen de tus hazañas. R./
Explicando tus hazañas a los hombres, la gloria y majestad de tu reinado. Tu reinado es un reinado perpetuo, tu gobierno va de edad en edad. R./

Lectura del libro del Apocalipsis (21, 1-5a): Dios enjugará las lágrimas de sus ojos


Yo, Juan, vi un cielo nuevo y una tierra nueva, pues el primer cielo y la primera tierra desaparecieron, y el mar ya no existe. Y vi la ciudad santa, la nueva Jerusalén que descendía del cielo, de parte de Dios, preparada como una esposa que se ha adornado para su esposo. Y oí una gran voz desde el trono que decía: «He aquí la morada de Dios entre los hombres, y morará entre ellos, y ellos serán su pueblo, y el “Dios con ellos” será su Dios». Y enjugará toda lágrima de sus ojos, y ya no habrá muerte, ni duelo, ni llanto ni dolor, porque lo primero ha desaparecido. Y dijo el que está sentado en el trono: «Mira, hago nuevas todas las cosas».

Lectura del Santo Evangelio según San Juan (13, 31-33a. 34-35): Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros


Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús: «Ahora es glorificado el Hijo del hombre, y Dios es glorificado en él. Sí Dios es glorificado en él, también Dios lo glorificará en si mismo: pronto lo glorificará.
Hijitos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros; como yo os he amado, amaos también entre vosotros. En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os amáis unos a otros».

Pautas para la reflexión personal

 El vínculo entre las
lecturas

Pablo y Bernabé vuelven de su primera misión (Primera Lectura) donde se resalta el laborioso crecimiento de la Iglesia de Cristo. Expansión que no está exenta de tribulaciones que San Pablo paternalmente advierte. El nuevo mandamiento (Evangelio) dejado por Jesús es la vivencia del amor hasta el extremo de dar la vida por los otros; y esto será lo distintivo entre los primeros seguidores de Jesús: «En esto conocerán todos que sois discípulos míos: si os tenéis amor los unos a los otros». Justamente es la glorificación del Hijo del hombre que renovará todas las cosas creando así un mundo nuevo (Segunda Lectura).

 «Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre...»

Puede parecer extraño que estando en tiempo de Pascua, en que la liturgia está dominada por la contemplación de Cristo resu¬ci¬tado y vencedor sobre el pecado y la muerte, se nos pro¬ponga un pasaje del Evangelio que está ubicado en el momento en que Jesús comienza a despedirse de sus apósto¬les para encaminarse a su Pasión. Veamos por qué se da esto...

La primera palabra de Jesús hace referencia al momen¬to: «Ahora...». Debemos preguntarnos en qué situación de la vida de Jesús nos encontramos y qué ocurrió para que Jesús consi¬derara que había llegado el momento. Jesús se había reunido con sus apósto¬les para celebrar la cena pas¬cual. El capítulo comienza con estas palabras fundamenta¬les: «Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1). Había llegado su hora, la hora de pasar de este mundo al Padre y la hora de dar la prueba suprema de su amor a los hombres. Pero faltaba todavía algo que desencadenara los hechos.

El Evangelista dice: «Durante la cena, ya el diablo había puesto en el corazón de Judas Iscario¬te, hijo de Simón, el propósito de entregarlo...» (Jn 13,2). Sigue el episodio del lavatorio de los pies a sus apóstoles. Y, en seguida, Jesús indica cuál de sus apósto-les lo iba a entre¬gar, dando a Judas un bocado. El Evangelista sigue narrando: «Entonces, tras el bocado, entró en él Satanás» (Jn 13,27). Jesús acompañó su gesto, que debió ser lleno de bondad y de conmiseración ante el discípulo ya decidido a traicionarlo, con estas palabras: «Lo que vas a hacer, hazlo pronto». El Evangelista conclu¬ye: «En cuanto tomó Judas el bocado, salió» (Jn 13,29). La traición de Judas fue una obra de Satanás, pero tam¬bién una decisión res¬ponsable del hom¬bre. Aquí el misterio de la iniqui¬dad alcanzó su punto máximo, sólo comparable con la obra de Satanás en nuestros primeros padres. Esta especie de escalada de Satanás era lo que faltaba aún para que llega¬ra el momento.

«Cuando Judas salió, Jesús dice: Ahora ha sido glori¬ficado el Hijo del hombre». Ya los hechos que lleva¬rían a Jesús a morir en la cruz se habían desencadenado. Pero en esos hechos consiste su glorificación, pues mientras los hombres lo someten a la pasión dolorosa y a la muerte, en realidad, él está yendo al Padre. Así lo dice el Evangelio al comienzo de este capítulo: «Jesús sabía que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre... sabía que el Padre había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y que a Dios volvía» (Jn 13,1.¬3). Lo repite él mismo en el curso de esa misma cena con sus discípulos: «Me voy a prepararos un lugar... voy al Padre» (Jn 14,2.12). Y poco antes de salir con sus discí¬pulos al huerto donde sería detenido, Jesús se dirige a su Padre y ora así: «Padre, ha llegado la hora; glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti» (Jn 17,1).

«Dios ha sido glorificado en Él»

La muerte de Cristo fue un sacrificio ofrecido a Dios Padre. Si todo sacrificio es un acto de adoración, el sacrificio de Cristo ha sido el único digno de Dios, el único que le ha dado la gloria que merece. Por eso es que Dios ha sido glorificado. Cristo ha dado gloria a Dios con toda su vida, pues toda ella fue un acto de perfecta obediencia al Padre. Pero en la cruz alcanzó su punto culminante, allí recibió su sello definitivo. Este es el sentido de la última palabra de Cristo antes de morir: «Todo está cum¬plido», es decir, está cumplida la voluntad del Padre en perfección y hasta las últimas conse-cuencias. Nunca se demostró Jesús más Hijo que en ese momento. Pero todavía quedaba que se realizará la última afirmación de Cristo: «Dios lo glorificará en sí mismo», la que debía cumplirse «pronto». Esta es la subida de Cristo al Padre, que ocu-rrió con su Resurrec¬ción.

El testamento de Jesús

En este momento de la despedida de sus apóstoles, Jesús agrega lo que más le interesa dejarles como testamento: «Os doy un mandamiento nuevo: que os améis los unos a los otros». ¿Por qué dice Jesús que este mandamiento es «nuevo»? ¿Dónde está la novedad? Ya desde la ley antigua existía el mandamiento: «Amarás a tu prójimo como a tí mismo» (Lev 19,18). Y Jesús, lejos de derogarlo, lo había indicado al joven rico como condición para heredar la vida eterna (ver Mt 19,19). La novedad está en el modo de amar, en la medida del amor. Es esto lo que hace que este mandamiento sea el de Jesús: «Que, como yo os he amado, así os améis también vosotros los unos a los otros». En este mismo discurso, más adelante, Jesús repite: «Este es mi mandamiento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado» (Jn 15,12).

Por eso Jesús agrega: «En esto conocerán todos que sois mis discípulos». En la vida de Jesús hemos contemplado lo que es el amor y cómo Él nos amó. El no buscó su propio inte¬rés, sino el nues¬tro. Nos amó hasta el extremo: «habiendo amado a los suyos, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1); y esa es la medida que nos ha dejado. Sin embargo, es increíble cómo en nues¬tra socie¬dad y en el modo común de hablar, el amor se haya podido profa¬nar tanto y que muchas veces se llegue al extremo de llamar amor lo que es per¬fecto egoísmo.

 «Yo, Juan, vi... la ciudad santa, la nueva Jerusalén»

La espléndida visión de la Jerusalén celestial concluye el libro del Apocalipsis y toda la serie de los libros sagrados que componen la Biblia. Con esta grandiosa descripción de la ciudad de Dios, el autor del Apocalipsis indica la derrota definitiva del mal y la realización de la comunión perfecta entre Dios y los hombres. La historia de la salvación, desde el comienzo, tiende precisamente hacia esa meta final.

Ante la comunidad de los creyentes, llamados a anunciar el Evangelio y a testimoniar su fidelidad a Cristo aun en medio de pruebas de diversos tipos como leemos en la primera lectura, brilla la meta suprema: la Jerusalén celestial. Todos nos encaminamos hacia esa meta, en la que ya nos han precedido los santos y los mártires a lo largo de los siglos. En nuestra peregrinación terrena, estos hermanos y hermanas nuestros, que han pasado victoriosos por la «gran tribulación», nos brindan su ejemplo, su estimulo y su aliento. San Agustín nos dice cómo la Iglesia «que prosigue su peregrinación en medio de las persecuciones del mundo y los consuelos de Dios», se siente sostenida y animada por el ejemplo y la comunión de la Iglesia celestial.

Recordemos las palabras del profeta Isaías: «Mira ejecutado todo lo que oíste...Hasta ahora te he revelado cosas nuevas, y tengo reservadas otras que tú no sabes» (Is 48,6). Esto no es un cuento de hadas sino el mundo que surge de la vivencia plena del mandamiento del amor. Este esplendoroso final esperado tiene su contraparte en la Primera Lectura donde se contrasta el crecimiento de las comunidades cristianas en sus comienzos al ritmo penoso de la misión que acaban de concluir. Pablo y Bernabé, de nuevo en Antioquía de Orontes (Siria) y ante la comunidad reunida, hacen un balance positivo de su primera misión por tierras del Asia Menor hasta Antioquía de Pisidia (hoy Turquía). Al reanudar el camino iban animando a los discípulos y exhortándolos a perseverar en la fe. Y apuntando ya a una primera organización pastoral.

«Nadie tiene mayor amor que el que da la vida por ... »


El día 20 de noviembre recordaremos a un grupo de monjitas españolas que vivieron el mandamiento del amor hasta el extremo. Justamente el V Domingo de Pascua de 1998 fueron declaradas beatas por el Papa San Juan Pablo II ante una multitud en la plaza San Pedro. La Beata María Gabriela y sus compañeras mártires ingresaron a la congregación de la Visitación de Santa María, imprimiendo en su corazón los principios de la congregación: «Todo dulzura y humildad».

En los primeros meses de 1936, la persecución religiosa en España se fue agravando. La congregación se dio cuenta que era ya muy peligroso continuar en Madrid por lo que decidieron trasladarse al pueblito de Onoroz, en Navarra. Pero ellas pidieron quedarse en Madrid, pues la iglesia del monasterio seguía abierta al culto. Al frente del grupo estaba María Gabriela.

A mediados de julio la situación se complicó demasiado lo que les obligó a trasladarse definitivamente a una casa refugio, en donde se dedicaron a la oración y a sacrificarse por su patria. Los vecinos les mostraron mucho aprecio excepto dos personas que las denunciaron antes las autoridades. El 17 de noviembre, después del registro que hicieron los milicianos de su casa, estos se despidieron diciéndoles: «hasta mañana».

María Gabriela ofreció a la comunidad la oportunidad de ser llevadas al consulado para ponerse a salvo. Pero unánimemente todas exclamaron con especial fervor: «¡Estamos esperando que de un momento a otro vengan a buscarnos en el nombre del Señor… que alegría, pronto va llegar el martirio, si por derramar nuestra sangre se ha de salvar España, Señor, que se haga cuanto antes!». En efecto, el 18 de noviembre, llegaron los milicianos y en un camión las llevaron hasta el lugar de la ejecución. Una ráfaga de balas destrozó sus cuerpos y les hizo entrar en una bella página de la historia de la Jerusalén celestial.

Una palabra del Santo Padre:


«Un segundo pensamiento: en la primera lectura Pablo y Bernabé afirman que «hay que pasar mucho para entrar en el reino de Dios» (Hch 14,22). El camino de la Iglesia, también nuestro camino cristiano personal, no es siempre fácil, encontramos dificultades, tribulación. Seguir al Señor, dejar que su Espíritu transforme nuestras zonas de sombra, nuestros comportamientos que no son según Dios, y lave nuestros pecados, es un camino que encuentra muchos obstáculos, fuera de nosotros, en el mundo, y también dentro de nosotros, en el corazón. Pero las dificultades, las tribulaciones, forman parte del camino para llegar a la gloria de Dios, como para Jesús, que ha sido glorificado en la Cruz; las encontraremos siempre en la vida. No desanimarse. Tenemos la fuerza del Espíritu Santo para vencer estas tribulaciones.

Y así llego al último punto. Es una invitación que dirijo a los que se van a confirmar y a todos: permaneced estables en el camino de la fe con una firme esperanza en el Señor. Aquí está el secreto de nuestro camino. Él nos da el valor para caminar contra corriente. Lo estáis oyendo, jóvenes: caminar contra corriente. Esto hace bien al corazón, pero hay que ser valientes para ir contra corriente y Él nos da esta fuerza. No habrá dificultades, tribulaciones, incomprensiones que nos hagan temer si permanecemos unidos a Dios como los sarmientos están unidos a la vid, si no perdemos la amistad con Él, si le abrimos cada vez más nuestra vida.

Esto también y sobre todo si nos sentimos pobres, débiles, pecadores, porque Dios fortalece nuestra debilidad, enriquece nuestra pobreza, convierte y perdona nuestro pecado. ¡Es tan misericordioso el Señor! Si acudimos a Él, siempre nos perdona. Confiemos en la acción de Dios. Con Él podemos hacer cosas grandes y sentiremos el gozo de ser sus discípulos, sus testigos. Apostad por los grandes ideales, por las cosas grandes. Los cristianos no hemos sido elegidos por el Señor para pequeñeces. Hemos de ir siempre más allá, hacia las cosas grandes. Jóvenes, poned en juego vuestra vida por grandes ideales.».

Francisco. Homilía del V Domingo de Pascua. 28 de abril de 2013






Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. ¿De qué manera concreta puedo vivir el mandamiento nuevo que Jesucristo nos ha dejado?

2. «Esto es en verdad el amor: obedecer y creer al que se ama», nos dice San Agustín. ¿Cómo vivo esto?

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 2196. 2443- 2449.


Agradecemos a D. Juan Ramón Pulido, Presidente Diocesano de A.N.E. el envío de este interesante artículo que nos servirá para reflexionar la palabra de Dios; recordemos la necesidad de santificar las fiestas, no podemos contentarnos con la participación en la Misa, hay que vivir el domingo dedicandolo por completo a nuestro Señor.

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