sábado, 17 de enero de 2015

LECTURAS DEL DOMINGO II DEL TIEMPO ORDINARIO

Domingo de la Semana 2ª del Tiempo Ordinario. Ciclo B

Si no vas a Misa estas Lecturas te acercaran a una sintonía

más clarificadora, solidaria y hermosa.

Si vas, te servirán de recuerdo y preparación.
Y si no vas, pero quieres ir, te ayudaran a acercarte a la puerta.



« Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad »

Lectura del primer libro de Samuel (3, 3b-10. 19): Habla, Señor, que tu siervo te escucha.

En aquellos días, Samuel estaba acostado en el templo del Señor, donde estaba el arca de Dios. El Señor llamó a Samuel, y él respondió: - «Aquí estoy.»
Fue corriendo a donde estaba Elí y le dijo: - «Aquí estoy; vengo porque me has llamado.». Respondió Elí: «No te he llamado; vuelve a acostarte.».Samuel volvió a acostarse.
Volvió a llamar el Señor a Samuel. Él se levantó y fue a donde estaba Elí y le dijo: - «Aquí estoy; vengo porque me has llamado.»
Respondió Elí: - «No te he llamado, hijo mío; vuelve a acostarte.»
Aún no conocía Samuel al Señor, pues no le había sido revelada la palabra del Señor.
Por tercera vez llamó el Señor a Samuel, y él se fue a donde estaba Elí y le dijo: - «Aquí estoy; vengo porque me has llamado.»
Elí comprendió que era el Señor quien llamaba al muchacho, y dijo a Samuel: - «Anda, acuéstate; y si te llama alguien, responde: “Habla, Señor, que tu siervo te escucha.” »
Samuel fue y se acostó en su sitio. El Señor se presentó y le llamó como antes: - «¡Samuel, Samuel!». Él respondió: - «Habla, que tu siervo te escucha.»
Samuel crecía, y el Señor estaba con él; ninguna de sus palabras dejó de cumplirse.

Salmo 39, 2 y 4ab. 7. 8-9. 10
R./ Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad.

Lectura de la primera carta del apóstol san Pablo a los Corintios (6, l3c-15a. 17-20): Vuestros cuerpos son miembros de Cristo.

Hermanos: El cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor; y el Señor, para el cuerpo.
Dios, con su poder, resucitó al Señor y nos resucitará también a nosotros. ¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? El que se une al Señor es un espíritu con él.
Huid de la fornicación. Cualquier pecado que cometa el hombre queda fuera de su cuerpo. Pero el que fornica peca en su propio cuerpo. ¿O es que no sabéis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo?
El habita en vosotros porque lo habéis recibido de Dios. No os poseéis en propiedad, porque os han comprado pagando un precio por vosotros.
Por tanto, ¡glorificad a Dios con vuestro cuerpo!

Lectura del santo evangelio según san Juan (1, 35-42): Vieron dónde vivía y se quedaron con él.

En aquel tiempo, estaba Juan con dos de sus discípulos y, fijándose en Jesús que pasaba, dice: «Éste es el Cordero de Dios.»
Los dos discípulos oyeron sus palabras y siguieron a Jesús. Jesús se volvió y, al ver que lo seguían, les pregunta: - «¿Qué buscáis?»
Ellos le contestaron: - «Rabí (que significa Maestro), ¿dónde vives?»
Él les dijo: - «Venid y lo veréis.»
Entonces fueron, vieron dónde vivía y se quedaron con él aquel día; serían las cuatro de la tarde.
Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús; encuentra primero a su hermano Simón y le dice: - «Hemos encontrado al Mesías (que significa Cristo).». Y lo llevó a Jesús. Jesús se le quedó mirando y le dijo: - «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que se traduce Pedro).»

& Pautas para la reflexión personal

z El vínculo entre las lecturas
Dios nos llama a cada uno por nuestro nombre para una misión muy específica (primer libro de Samuel 3, 3b-10.19). Esto es lo que vemos en el sencillo relato de la llamada del profeta Samuel, así como en el Evangelio que, a su vez, refiere la vocación de los primeros discípulos de Jesús. Este llamado hecho por Dios considera a la persona en su totalidad: cuerpo, alma y espíritu (primera carta de San Pablo a los Corintios 6,13c-15a.17-20). Para ser auténtico discípulo de Cristo (es decir ser bautizado en la Iglesia Católica) es necesario escuchar; responder con generosidad como lo hizo Samuel: «Habla, Señor, que tu siervo te escucha»; y ser coherentes con nuestra opción de fe ya que ahora «somos del Señor» (San Juan 1, 35-42).

J Samuel: juez y profeta
Samuel, hijo de Elcaná y Ana, fue el último de los grandes jueces de Israel y uno de los primeros profetas. Al nacer Samuel, había quedado escuchada la ferviente oración de Ana pidiendo un hijo. Ella, a su vez, cumplió la promesa que había hecho a Dios y llevó a su hijo al santuario de Siló para que el sacerdote Elí se encargara de su formación. En el pasaje de la Primera Lectura, Samuel recibe de Dios un llamado y un mensaje; en el que decía que la familia del sacerdote Elí sería castigada por la maldad de sus hijos (ver 1Sam 3, 11-14).
Al morir Elí, Samuel tuvo que hacer frente a una situación difícil. Israel había sido derrotado por los filisteos y creían que Dios ya no se preocupaba de ellos. Samuel pidió destruir todos los ídolos y mandó obedecer a Dios nuevamente. Samuel gobernó durante toda su vida a Israel y durante su mandato hubo paz en sus fronteras. Ya anciano Samuel nombró Jueces a sus hijos, pero el pueblo, descontento, quería un rey. Al principio Samuel se opuso pero Dios le dio instrucciones para que ungiera a Saúl. Después que Saúl hubo desobedecido a Dios, ungió a David como siguiente rey. Todos en Israel lloraron la muerte de Samuel (1Sam 25,1).

 «Tú no quieres sacrificios, ni ofrendas…»
Existe un aparente contraste entre el sacrificio y la obediencia en el salmo responsorial 39: «Tú no quieres sacrificios… entonces dije; aquí estoy Señor». El salmista parece decir que las ofrendas mosaicas ordenadas por Dios ya no son de su agrado. Por otro lado constantemente vemos en la predicación de Jesús como él insiste en las actitudes internas del corazón más que en los “rituales externos”. Pero si hay una verdadera conversión interior y un amor sincero a Dios y al prójimo; entonces las formas externas corresponderán adecuadamente a las actitudes internas. Algo fundamental que leemos en el salmo es la actitud de escucha atenta a la voz de Dios: «pero me diste un oído atento». Esta apertura de escucha obediente requiere un espíritu humilde. Solamente de esta manera el salmista es capaz de escuchar y entender lo que Dios quiere de él y lo mantiene en una obediencia activa y real. Es la actitud que vemos en el «Cordero de Dios».

J ¡Glorificad a Dios con vuestros cuerpos!
Suena un poco extraño en el mundo en que vivimos la exhortación de San Pablo a ser íntegros (cuerpo, alma y espíritu) buscando así agradar al Señor. Más aún el apóstol de las gentes nos dice que nuestro cuerpo es «templo del Espíritu Santo» resaltando así la dignidad de nuestra corporeidad. He aquí el fundamento de una ética cristiana del cuerpo. Al decir San Pablo «cuerpo» (soma en griego) está refiriéndose a la persona en su totalidad, como vemos en otros pasajes de la misma carta: «¿No sabéis que sois templo de Dios y que el Espíritu de Dios habita en vosotros?»(3,16).
Dos son las razones fuertes que destaca Pablo para una vida moral íntegra: somos miembros de Cristo: le pertenecemos pues nos adquirió al precio de su sangre y hemos sido incorporados a Él por el bautismo en su nombre; somos templo del Espíritu Santo: Él habita en nosotros porque lo hemos recibido de Dios ya desde el bautismo y, por benevolencia de Dios, podemos llamarlo ¡Abba, Padre! Por lo tanto una conducta inmoral profana el templo de Dios y va contra la altísima dignidad que todo ser humano posee: ser imagen y semejanza del Creador.

J La primera semana pública de Jesús

Con la celebración del Bautismo del Señor concluye el tiempo litúrgico de la Navidad y comienza el “Tiempo Ordina¬rio”. La Iglesia, pues, celebra el segundo Domingo del tiempo ordinario, ya que la semana pasada hemos vivido la primera semana del tiempo común u ordinario, que concluye con la trigésima cuarta semana en la Solemnidad de Cristo Rey. El tiempo ordinario se interrumpe con el tiempo de Cuaresma, que comienza con el miércoles de ceniza, y el tiempo de pascua, con la Resurrección del Señor, la fiesta más grande de todos los cristianos.

La liturgia de la Palabra, dentro de la celebra¬ción domi¬ni¬cal, está organi¬za¬da en tres ciclos de lectu¬ras, A, B y C; caracte¬rizados respec¬tivamente por la lectura de los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas. Este año estamos en el ciclo B y en los domingos del tiempo ordina¬rio leemos el Evangelio de Marcos. Sin embargo, en el segundo Domingo del tiempo ordinario, en los tres ciclos litúrgicos, se lee el Evangelio de San Juan. En cada ciclo se toma un episodio de la «semana inaugural» (Jn 1, 35-42). Justamente cuando se va a empezar a desarrollar, Domingo a Domingo; la vida, obras y palabras de Jesús, es significa¬tivo comenzar con esa primera semana de su minis¬terio público, en la cual Jesús comienza a manifestarse.

Este Domingo leeremos lo que ocurrió el segundo día de esa semana (Los primeros discípulos de Jesús), que finalizará con el primer milagro realizado por Jesús en las Bodas de Caná, en el cuarto día de la semana inaugural.

J «He aquí el cordero de Dios»

El Evangelio de Juan nos ofrece una semana entera de Jesús en los días sucesivos a su bautismo en el Jordán de manos de Juan el Bautista. Es la llamada «semana inaugural». El Evangelio de hoy empieza precisamente con la frase: «Al día siguiente, Juan se encontraba de nuevo allí con dos de sus discípulos». Es el día siguiente al del bautismo del Señor. En esa ocasión Juan había dado este testimonio: «He visto el Espíritu que bajaba del cielo como una paloma y se quedaba sobre Él… doy testimonio de que éste es el Elegido de Dios» (Jn 1,33-34). En este segundo día tiene lugar la vocación de sus tres primeros discípulos.
Juan, fijándose en Jesús que pasaba, lo indica y dice: «He ahí el Cordero de Dios». Es extraño el modo de identificar a Jesús usado por Juan el Bautista. Es claro que esos dos discípulos que estaban con él entendieron el sentido de la expresión «Cordero de Dios», pues apenas oyeron a Juan hablar así, «siguieron a Jesús» y «se quedaron con Él aquel día». Recordemos que ellos habían oído de Juan decir sobre Jesús que «Éste es el Elegido de Dios» Pero de ese Siervo de Dios, su Elegido, estaba escrito: «Él ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus moretones hemos sido curados… El Señor descargó sobre Él la culpa de todos nosotros… Como un cordero era llevado al degüello… mi Siervo justificará a todos y las culpas de ellos Él soportará» (Is 53,5.6.7.11 ). A éste se refiere Juan cuando indica a Jesús y lo llama «el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo».
Para ellos era cosa habitual ofrecer a Dios sacrificios de corderos en expiación por los pecados. Así estaba mandado por la ley judía. Pero constataban que esos sacrificios no liberaban realmente de la esclavitud del pecado y no lograban purificar la conciencia de pecado. Quien cometía, por ejemplo, un homicidio no se sentía perdonado por Dios porque ofreciera en sacrificio un cordero.
En cambio, Éste es el «Cordero de Dios que quita el pecado del mundo». El episodio de hoy y todo el desarrollo del Evangelio de Juan nos recuerda aquella visión del Apocalipsis: «Vi un Cordero que estaba en pie sobre el monte Sión y con él ciento cuarenta y cuatro mil, que llevaban escrito en la frente el nombre del Cordero y el nombre de su Padre… Éstos siguen al Cordero dondequiera que vaya» (Ap 14,1.4). El Cordero va camino al sacrificio; y allá lo siguen también éstos. Todos sabemos que los apóstoles del Señor fueron todos mártires, es decir, sufrieron una muerte semejante a la suya.

J «Se quedaron con Él aquel día»

Al leer este pasaje del Evangelio de San Juan uno podría preguntarse: ¿cómo pueden seguir a Jesús sin haber sido llamados por Él? El Evangelio dice que Jesús, viendo que lo seguían se vuelve y les pregunta: «¿Qué buscáis?». Responden con una pregunta banal: «Rabbí, ¿dónde permaneces?». Entonces acontece la vocación verdadera: «Venid y lo veréis». Y ellos acceden: «Fueron y vieron dónde permanecía y permanecieron con Él aquel día». Uno de los verbos de contenido más pleno en el Evangelio de Juan es el verbo «permanecer». Aquí no se está hablando de un lugar de esta tierra -calle y número- donde Jesús habita; Jesús «permanece» en Dios y llama a los dos discípulos a hacer experiencia de eso: «Lo veréis». De esta manera los discípulos de Jesús son invitados a «permanecer» en Él: «El que permanece en mí y yo en él, ése da mucho fruto: porque separados de mí no podéis hacer nada» (Jn 15,5).
¿Qué sería lo que conversaron esa tarde con Jesús? Si a los discípulos de Emaús les ardía el corazón al escuchar al Maestro, ¿qué decir de la conversación en este primer encuentro? Podemos deducir de qué hablaron por la continuación del relato. Después de esto, Andrés al primero que encuentra es a su hermano Simón, y sin más preámbulos le da esta noticia sorprendente: «Hemos encontrado al Mesías (que quiere decir Cristo)». Seguramente no esperó la reacción incrédula de su hermano, sino que por todo argumento «lo llevó donde Jesús». Esta es la vocación de Pedro: «Jesús, fijando su mirada en él, le dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que quiere decir Piedra)».
No sólo tenemos aquí el vocablo hebreo «Mesías» (se usa únicamente aquí y en Jn 4,25) con su corres-pondiente traducción «Cristo», sino también el nombre hebreo que Jesús dio a Pedro: «Cefas». Así lo llamó Jesús. No era nombre de persona. Esta es una palabra hebrea que significa «Roca». Se tradujo al griego por «petra»: «piedra» y de allí viene el nombre Pedro. Cambiándole el nombre, Jesús le indica su misión, que en el Evangelio de Mateo se expresa más explícitamente: «Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia» (Mt 16,18). Cada vez que Pedro escuche su nombre hasta el final de su vida recordará ese instante de su primer encuentro con Jesús.

+ Una palabra del Santo Padre:

«La liturgia de la Palabra de este Domingo nos presenta el tema de la vocación. Se delinea, ante todo, en la primera lectura, tomada del primer libro de Samuel. Acabamos de escuchar nuevamente el sugestivo relato de la vocación del profeta, a quien Dios llama por su nombre, despertándolo del sueño. Al principio, el joven Samuel no sabe de dónde proviene esa voz misteriosa. Sólo después y gradualmente, también gracias a la explicación del anciano sacerdote Elí descubre que la voz que ha escuchado es la voz de Dios.
Entonces responde enseguida: «Habla, Señor, que tu siervo te escucha» (1 S 3, 10). Se puede decir que la llamada de Samuel tiene un significado paradigmático, pues es la realización de un proceso que se repite en todas las vocaciones. En efecto, la voz de Dios se hace oír cada vez con mayor claridad y la persona adquiere progresivamente la conciencia de su proveniencia divina. La persona llamada por Dios aprende con el tiempo a abrirse cada vez más a la palabra de Dios, disponiéndose a escuchar y reali¬zar su voluntad en su propia vida.
El relato de la vocación de Samuel en el contexto del Antiguo Testamento coincide, en cierto sentido, con lo que escribe san Juan sobre la vocación de los Apóstoles. El primer llamado fue An¬drés, hermano de Simón Pedro. Precisamente él llevó a su hermano a Cristo anunciándole: «Hemos encontrado al Mesías» (Jn 1, 41). Cuando Jesús vio a Simón, le dijo: «Tú eres Simón, el hijo de Juan; tú te llamarás Cefas (que significa Pedro)» (Jn 1, 42). En esta breve pero solemne descripción de la vocación de los discípulos de Jesús, destaca el tema de la «búsqueda» y del «encuentro».
En la actitud de los dos hermanos, Andrés y Simón, se manifiesta la búsqueda del cumplimiento de las profecías, que era parte esencial de la fe del Antiguo Testamento. Israel esperaba al Mesías prometido; lo buscaba con mayor celo, especialmente desde que Juan Bautista había empezado a predicar a orillas del Jordán. El Bautista no sólo anunció la próxima venida del Mesías, sino que también señaló su presencia en la persona de Jesús de Nazaret, que había ido al Jordán para ser bautizado. La llamada de los primeros Apóstoles se realizó precisamente en este ámbito, es decir, nació de la fe del Bautista en el Mesías ya presente en medio del pueblo de Dios».
Juan Pablo II. Homilía del 19 de enero de 1997

' Vivamos nuestro Domingo a lo largo de la semana

1. El Padre San Alberto Hurtado solía repetir: «El que ha visto una vez el rostro de Cristo no lo puede olvidar nunca más». Es la experiencia de los apóstoles al encontrarse con Jesús. ¿Cómo y dónde puedo encontrarme con el Señor Jesús? ¿Pongo los medios para ello?

2. Todos tenemos una vocación concreta. He descubierto lo que Dios quiere de mí.

3. Leamos en el Catecismo de la Iglesia Católica los numerales: 897- 900.1260.1533.

facilitado por J.R. Pulido. A.N.E. Toledo

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