sábado, 15 de febrero de 2014

Preparemos nuestra participación en la EUCARISTÍA, meditemos las reflexiones que se nos ofrecen



Mi hermano de vocación, presidente del Consejo Diocesano de Toledo, Juan Ramón Pulido me viene remitiendo periódicamente los comentarios y reflexiones sobre la Palabra de Dios de cada domingo; merece la pena que los comparta con todos los que deseen preparar la santificación de la fiesta semanal y que se divulgue esta buena costumbre

DOMINGO VI, ciclo A

"Vete primero a reconciliarte con tu hermano" (Mt 5,17-37)

San Juan Crisóstomo nos invita con fuerza y firmeza: “Cuando te resistes a perdonar a tu enemigo, te ocasionas una injuria a ti no a él. Esto que estás preparando es un castigo para ti en el día del juicio.” (Discurso 2,6). Déjate transformar por el amor de Dios, para cambiar la vida, para convertirte, para volver al camino de la vida.


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Tú nos has concedido, Padre,
la ley nueva que nos hace libres
en Cristo tu Hijo amado…
Otórganos también el poder comprender
que son tus preceptos eternos
el camino luminoso de la vida.
Danos la sabiduría que pueda conocerte,
el amor que no cese de buscarte,
la fe necesaria para poder encontrarte.
Así ayudaremos a que en el mundo
prevalezcan la justicia y el derecho.
el respeto a la vida y la paz,
para gloria eterna de tu nombre.

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Padre Santo, te damos gracias
porque Tú siempre buscas nuestra felicidad.
Nosotros no siempre estamos atentos
a tus mandamientos y por ese motivo, fallamos.
A veces nos confundimos y queremos encontrar la felicidad por otros caminos que no son los que Tú nos Señalas.
Padre Santo, te pedimos que abras nuestro duro corazón a las enseñanzas de tu Hijo, Nuestro Señor Jesús
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http://www.youtube.com/watch?feature=player_detailpage&v=dyDgJT8eDfQ

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Domingo VI del Tiempo Ordinario Ciclo A
Se dijo a los antiguos, pero yo os digo

El hilo conductor de las lecturas de hoy es la Ley de Dios, una Ley que nos trae alegría y felicidad (Salmo responsorial). La Ley está al servicio del hombre, quien debe escogerla (1ª Lectura). En el Evangelio, Jesús va más lejos al pedirle a sus discípulos que no se contenten con la letra de la Ley sino que se remonten hasta la voluntad del legislador: Dios mismo. Pablo (2ª Lectura), por su parte, habla ante todo de una sabiduría de Dios, la cual también nos lleva hasta el corazón de Dios y a dar testimonio de lo que se nos ha revelado.

Primera lectura: Del libro del Eclesiástico 15, 15-20

“Si quieres, guardarás los mandatos del Señor, porque es prudencia cumplir su voluntad; ante ti están puestos fuego y agua: echa mano a lo que quieras; delante del hombre están muerte y vida: le darán lo que él escoja. Es inmensa la sabiduría del Señor, es grande su poder y lo ve todo; los ojos de Dios ven las acciones, él conoce todas las obras del hombre; no mandó pecar al hombre, ni deja impunes a los mentirosos”

El autor del libro evoca los mandamientos de Israel, pero comienza con una precisión: “Si quieres…”. Esto quiere decir que Dios nos da los mandamientos pero uno es responsable de decidir cumplirlos. Es el asunto de la fidelidad o la infidelidad.

Luego, el Sirácida (libro del Eclesiástico) extiende su propósito: éste elegir continuamente entre la vida y la muerte no es únicamente para el pueblo elegido sino para la humanidad entera.

Salmo 119 (118), 1-2. 4-5. 17-18. 33-34 Dichoso el que camina en la voluntad del Señor

Dichoso el que, con vida intachable,
camina en la voluntad del Señor;
dichoso el que, guardando sus preceptos,
lo busca de todo corazón.

Muéstrame, Señor, el camino de tus leyes,
y lo seguiré puntualmente;
enséñame a cumplir tu voluntad
y a guardarla de todo corazón.


El Salmo 119 (o 118 en la liturgia) es el más largo de la Biblia: 176 versículos agrupados en 22 estrofas alfabéticas (o sea, una por cada letra del alfabeto, a la manera de un acróstico). Hoy oramos apenas algunas líneas.

El Salmo comienza con una bienaventuranza que se repite: “¡Dichoso!”. La escucha y vivencia de la Ley del Señor no da felicidad. Enseguida el orante, a lo lardo de su plegaria, alterna entre sus convicciones de fe (“felices lo que…”) y las peticiones que le presenta al Señor.

¿Cuál es el camino de la felicidad? La respuesta es: ser justo, seguir los caminos del Señor, cumplir su Ley, buscarlo con todo el corazón.

Pues sí, lo que Dios le pide es que lo busque por medio de la escucha, la comprensión y vivencia de su Palabra, de manera que ella (la Ley) sea como un guía para todo el camino de la vida.


Segunda lectura: 1 Corintios 2, 6-10

“Hablamos, entre los perfectos, una sabiduría que no es de este mundo, ni de los príncipes de este mundo, que quedan desvanecidos, sino que enseñamos una sabiduría divina, misteriosa, escondida, predestinada por Dios antes de los siglos para nuestra gloria. Ninguno de los príncipes de este mundo la ha conocido; pues, si la hubiesen conocido, nunca hubieran crucificado al Señor de la gloria. Sino, como está escrito: «Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios ha preparado para los que lo aman.» Y Dios nos lo ha revelado por el Espíritu. El Espíritu lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios”.

En una época en que los filósofos griegos tenían mucha fama y sus planteamientos le causaban interrogantes a los cristianos, Pablo muestra que la sabiduría de los hombres y la sabiduría de los creyentes no se excluyen la una a la otra.

La sabiduría de Dios creó un proyecto de salvación para la humanidad. Este plan divino tiene como marco la historia del mundo y se lleva a cabo definitivamente en el misterio pascual de Jesucristo. La cruz, locura para la gente pero sabiduría para Dios, está en el centro de la predicación de Pablo. Esto lo comprenden los adultos en la fe, es decir, quienes han recibido una educación en el Evangelio y han puesto su fe en la salvación en Cristo.

En el centro está la contemplación del Crucificado: En la humillación y la muerte de Jesús, San Pablo ve resplandecer la gloria de lo alto. Y así como en el abajamiento radical del Señor de la gloria se desacreditan las falsas glorias y la sabiduría del mundo.

Luego Pablo, si apartar la mirada de este acontecimiento, ve más: la sabiduría divina, escondida al principio, se ha revelado progresivamente para quienes aman a Dios, gracias al Espíritu que ve el fondo de todas las cosas, incluso las profundidades de Dios. La sabiduría divina, que era inaccesible a la sabiduría humana, se deja descubrir como un don divino.

Finalmente, apoyándose en Isaías 64, 3 (ver 1 Cor 2, 9), Pablo le muestra a la comunidad de Corinto lo progresos que el Evangelio les trajo para el conocimiento del misterio de Dios: Cristo mismo es la sabiduría de Dios (cf. 1 Cor 1, 24), es por medio de él que la humanidad entera puede entrar ahora en la luz de la gloria eterna.

Evangelio según san Mateo 5, 17-37

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

—«No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.

Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley. El que se salte uno sólo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos. Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos. Os lo aseguro: Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.

Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No matarás", y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano "imbécil", tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama "renegado", merece la condena del fuego. Por tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene quejas contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y vete primero a reconciliarte con tu hermano, y entonces vuelve a presentar tu ofrenda. Con el que te pone pleito, procura arreglarte en seguida, mientras vais todavía de camino, no sea que te entregue al juez, y el juez al alguacil, y te metan en la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último cuarto.

Habéis oído el mandamiento "no cometerás adulterio". Pues yo os digo: El que mira a una mujer casada deseándola, ya ha sido adúltero con ella en su interior. Si tu ojo derecho te hace caer, sácatelo y tíralo. Más te vale perder un miembro que ser echado entero en el infierno. Si tu mano derecha te hace caer, córtatela y tírala, porque más te vale perder un miembro que ir a parar entero al infierno. Está mandado: "El que se divorcie de su mujer, que le dé acta de repudio." Pues yo os digo: El que se divorcie de su mujer, excepto en caso de impureza, la induce al adulterio, y el que se case con la divorciada comete adulterio.

Habéis oído que se dijo a los antiguos: "No jurarás en falso" y "Cumplirás tus votos al Señor". Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo. A vosotros os basta decir "sí" o "no". Lo que pasa de ahí viene del Maligno.»

No he venido a abolir la ley

Avanzando en el Sermón de la montaña, Jesús subraya que no ha venido a suprimir la ley dada por Dios en la Antigua Alianza, sino a darle plenitud: a cumplirla en su sentido original, tal y como Dios quiere. Y esto incluso en lo más pequeño, es decir, hasta el sentido más íntimo que Dios le ha dado. En este sentido, se dijo en el Sinaí: Santificáos y sed santos, porque yo soy santo (Levítico 11,44). Jesús lo reitera en su sermón diciendo: Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto (Mateo 5, 48). Tal es el sentido de los mandamientos: quien quiere estar en alianza con Dios, debe corresponder con la actitud, los sentimientos y las obras obedientes a Dios. Y Jesús - nuestra ley - nos mostrará que ese cumplimiento de la ley es posible: el vivirá ante nosotros, a lo largo de toda su vida, el sentido último de la ley, hasta que todo lo que ha sido profetizado se cumpla, hasta la cruz y la resurrección. No se nos pide nada imposible, la primera lectura dice literalmente: Si quieres, guardarás los mandatos del Señor (Eclesiástico 15, 16). Cumplir la voluntad de Dios es ser fiel, es decir: corresponder a sus dones con gratitud. El precepto que yo te mando hoy no es cosa que te exceda ni inalcanzable... El mandamiento está a tu alcance; en tu corazón y en tu boca (Deuteronomio 30, 11. 14).

Habéis oído...Pero yo os digo

Parece que Jesús quiere reemplazar la ley de Moisés por otra nueva, pero no es así. El Señor purifica la ley de la herrumbre que se fue depositando sobre ella -y puede volver a ocurrir lo mismo- a causa de la negligencia y de la comodidad minimalista o escrupulosa de los hombres. En este pasaje comprobamos que, si la Alianza es la oferta de la reconciliación de Dios con los hombres, estos deben reconciliarse primero con su prójimo antes de presentarse ante Dios. Dios es eternamente fiel en su alianza, por eso el matrimonio entre hombre y mujer debe ser una imagen de esa fidelidad. Dios es veraz en su fidelidad, por lo que el hombre debe atenerse a un sí y a un no verdadero.

Jesús espiritualiza y humaniza la Antigua Ley; para él, el amor a Dios no es sincero si no nos lleva a amar a nuestros prójimos.

Los dos caminos

En todo eso se trata de seguir una decisión definitiva. Es la tradicional doctrina de los dos caminos, tan repetida en la Biblia, en los antiguos filósofos y en la catequesis primitiva, el camino de la luz y el de las tinieblas, el camino de la verdad y el de las apariencias, el camino de la vida y el de la muerte: o me busco a mí mismo y mi propio provecho, o busco a Dios y me pongo enteramente a su servicio; es decir, escojo la muerte o la vida: Delante del hombre están muerte y vida: le darán lo que él escoja (Eclesiástico 15, 18; Primera lectura).

Cielo e infierno, la verdadera sabiduría

El radicalismo con el que Jesús entiende la ley de Dios conduce a la ganancia del reino de los cielos (Mt 5, 20) o a su pérdida, el infierno, el fuego (Mt 5, 22. 29. 30). El que sigue a Dios, le encuentra y entra en su reino; quien sólo busca en la ley la propia perfección personal, le pierde y, si persiste en su actitud, le pierde definitivamente. El mundo (dice san Pablo en la segunda lectura) no conoce este radicalismo; sin el Espíritu revelador de Dios ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar lo que Dios da cuando se corresponde a su exigencia (que es lo mejor para nosotros, para ser bienaventurados). Pero a nosotros nos lo ha revelado el Espíritu Santo que penetra las profundidades de Dios, y con ello también hasta las profundidades de la gracia que nos ofrece en la ley de su alianza: ser como Él en su amor y en su abnegación. Jesús nos asombra siempre, por el vigor de su exigencia y por la inmensidad de su perdón.





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