domingo, 3 de julio de 2011

De los escritos del Siervo de Dios LUIS DE TRELLES en la Lámpara del Santuario

Es el acto de adoración una muestra externa de reconocimiento del hombre y una evolución interna del alma hacia su Creador. Bajo el primer concepto no tiene igual ni
puede tener superior, porque el rendimiento debe ser absoluto y sin reserva, ofreciendo el que adora a Dios todo lo que es, como a quien todo lo ha dado, y al doblar la rodilla
e inclinar la cabeza, proclamamos el encendido afecto que nos anima.

Además, como acto humano de un ser personalmente indivisible, aunque reúne en sí dos naturalezas,
espiritual la una y corporal la otra, ostenta una total sumisión y rendimiento, que trasciende del cuerpo al espíritu, y que hace subordinar todo el ser al Supremo Señor de
todas las cosas.

Por esto no puede adorar bien, sin amar mucho, ni tampo se concibe el amor puro y acendrado sin que se convierta en adoración. […] El sacrificio de la
adoración oculta un misterio sobrenatural que se consuma en la más elevada región del alma humana en intimidad con su Dios, y que en su línea equivale a la inmolación
perfecta de la criatura a su hacedor, quien se complace en conversar de un modo inefable con los hijos de los hombres en la vía unitiva, en términos que no hay lengua
humana que pueda expresarlo.

Puede, sí, presentirlo el corazón por esa especie de abismo infinito de amor que se halla oculto en lo más profundo de nuestro ser, depositado
allí por la mano de Dios, para desarrollarse en la contemplación de una manera más o menos perfecta, y luego perfectamente al resplandor del lumen gloriae en la vida
beatífica"

(L.S. Tomo 9 (1878) Pág. 126)

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