domingo, 27 de febrero de 2011

TEMA DE REFLEXIÓN, VIGILIAS de MARZO

ENCUENTROS CON CRISTO EUCARISTÍA

Marzo de 2011

VIII.- La Santa Misa.- “Prenda de vida eterna” ( texto editado por el Consejo Nacional de la A.N.E. con la debida licencia eclesiástica )

“El Señor nos dirige una invitación urgente a recibirle en el sacramento de la Eucaristía. “En verdad, en verdad, os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros” (Catecismo, n. 1384).

En palabras sencillas, podemos decir que Cristo quiere que nosotros vivamos con Él y en Él toda su vida; y en ese vivir su vida, pasión, muerte y resurrección, se nos da Él como alimento, en la Comunión, para vivir Él, después, toda la vida de cada uno de nosotros con nosotros mismos.

Y así, para cada uno de nosotros será en verdad lo que nos recuerda el Concilio Vaticano II: “la fuente y cumbre de toda la vida cristiana” (Lumen gentium, n. 11); o con palabras de san Josemaría Escrivá: “centro y raíz de la vida interior” (Forja, n. 69).

Nos daremos más cuenta de que la Eucaristía es de verdad “fuente y cumbre”, “centro y raíz” de la vida del cristiano, si recordamos los efectos que la Comunión produce en el alma del cristiano, y que el Catecismo nos recuerda en este orden:

-nos une más a Cristo. Él mismo nos lo dijo: “Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí” (Jn 6, 57). Alimentados por Cristo-Eucaristía, renovamos la gracia del Bautismo, y la Comunión frecuente, recibida en gracia, sin pecado, es el “pan de nuestra peregrinación” (Catecismo, nn. 1391, 1392)

-nos separa del pecado. Al unirnos a Cristo nos da fortaleza para rechazar las tentaciones de pecar, nos restaura las fuerzas para amar siempre más a Dios, y no pecar. “Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y nos hace capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas y de arraigarnos en Él” (Catecismo, n. 1394).

-nos une a todos los cristianos en el Cuerpo místico. La Eucaristía hace la Iglesia. Con palabras muy claras nos lo recuerda san Pablo: “El cáliz de bendición que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la Sangre de Cristo? Y el pan que partimos ¿no es comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan” (I Cor 10, 16-17). La Comunión eucarística nos da la gracia de poder amar a todos los cristianos, a todos los hombres, con el Corazón de Cristo.

-La Eucaristía entraña un compromiso a favor de los pobres; de los necesitados espiritual y materialmente. Con Cristo viviendo en nosotros, nuestros ojos están más abiertos a reconocer las necesidades materiales y espirituales de todos nuestros hermanos, de todos los hombres. Y tendremos siempre la fuerza, la valentía, de dar testimonio de nuestra fe, de nuestra esperanza, de nuestra caridad, hasta con el martirio, si un día se hiciera necesario.

Para que la Comunión eucarística nos transforme, nos dé fuerzas para amar más a Cristo todos los días, para crecer en el deseo de servir a los demás y vayamos así convirtiéndonos en hijos de Dios, y “lo seamos”, hemos de recibirla con las debidas disposiciones. ¿Cuáles son?

“Debemos prepararnos para este momento tan grande y santo. San Pablo exhorta a un examen de conciencia: ‘Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor’. (…) Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar” (Catecismo, n. 1385).

Nuestra alabanza a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, no puede concluir una vez terminada la celebración de la Misa. Toda la vida del cristiano se convierte en un ofrecimiento a Cristo, en una vida en amistad con Cristo.

Para mantener viva esa conciencia de la cercanía de Cristo después de comulgar nos pueden ayudar mucho dos pequeños detalles de piedad.

El primero, al recibir a Cristo en la Comunión, decirle que le amamos, y le damos gracias por venir a nosotros, ser nuestro alimento, que sostiene nuestro caminar, con Él, hacia la vida eterna.

El segundo, al pasar cerca de una iglesia, manifestarle el deseo de recibirle de nuevo el día siguiente. “Yo quisiera Señor recibiros con aquella pureza, humildad, devoción con que os recibió vuestra Santísima Madre; con el espíritu y el fervor de los santos”. Y la Virgen Santísima nos acompañará siempre a Comulgar.

* * * * *
Cuestionario.-
-¿Somos conscientes –nos volvemos a preguntar- de que en la Sacrada Comunión recibimos a una Persona viva, al mismo Cristo?

-¿Tenemos la delicadeza de recibir al Señor en la Hostia Santa, preocupándonos de acogerlo con cariño, y de manifestarle personalmente que le queremos, que le amamos?

-¿Rogamos a la Santísima Virgen que nos enseñe a recibir al Señor, como Ella lo recibió, y a amarle siempre más?

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