martes, 19 de octubre de 2010

NOS CUESTA SER AGRADECIDOS

Fernando Rivero, desde Zaragoza me remite la reflexión a un pasaje del Evangelío, cuyo texto quiero compartir con vosotros:


“Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó alabando a Dios en voz alta, se postró a los pies de Jesús y le dio las gracias”.

Dice el refrán que “es de bien nacidos el ser agradecidos”. Sin embargo, el episodio de los diez leprosos que encontramos en el Evangelio, nos muestra y nos revela que la gratitud es, más bien, una virtud rara, una virtud exótica.

Nos cuesta ser agradecidos. Pero ¿por qué? Tal vez porque en el fondo “dar las gracias” implica regresar un camino; algo que no siempre estamos dispuestos a hacer: “Mientras iban de camino, quedaron limpios de la lepra. Uno de ellos, al ver que estaba curado, regresó...”

Esos hombres, los diez, estaban desahuciados, eran unos muertos en vida, comidos por la enfermedad y por la soledad, señalados por la sociedad, proscritos, relegados, rotos por dentro y por fuera. Esos hombres pasaron en un instante a recuperar, de golpe, toda su dignidad, toda su salud, todo su cuerpo. Debió ser algo impresionante, inesperado, impactante. El único detalle en contra es que Jesús lo hizo gratis. A Jesús no le debían mil millones de dólares, ni siquiera un regalo de agradecimiento. Lo único que les ataba a la persona que les había curado era su capacidad de agradecer; pero eso implicaba regresar por el mismo camino, tal vez perder un poco de tiempo, y reconocer el favor. Algo que sólo uno estuvo dispuesto a hacer.

“Regresar el camino” y dar las gracias no siempre y no todos estamos dispuestos a hacerlo. Somos mucho más agradecidos con el doctor, que nos recibe en su consulta, reloj en mano, y nos receta un medicamento, una dieta o una terapia, que con el confesor que nos absuelve, sin dinero de por medio, y nos limpia de la lepra del pecado. Somos más agradecidos con el funcionario que nos hace algún favor, que con nuestros padres, que con esfuerzo y sacrificio han gastado y han dado su vida para sacar adelante la nuestra.

¿Y con Dios? con Dios, más que agradecidos somos exigentes y muchas veces injustos. Le exigimos curaciones, milagros, suerte, le exigimos un buen trabajo, que nos vaya siempre bien en la vida, que no nos pase nada ni a nosotros ni a los nuestros, que nuestros hijos tengan éxito en la vida.... Exigimos, exigimos, exigimos y si no nos cumple renegamos, nos alejamos o dudamos de Él haciéndolo culpable de todo lo que nos pasa.

Es triste, que no nos hayamos dado cuenta de que Dios ya hizo el gran milagro; que Él ya cumplió su parte. Él nos ha dado lo más importante: la existencia y su amor; su vida y su muerte; su cuerpo y su sangre; la resurrección y la vida eterna. A nosotros es a quien corresponde, ahora, recorrer el camino. El problema es si estamos dispuestos a regresar, ese camino, para corresponder con nuestra capacidad de agradecer.

Diez leprosos fueron curados de su enfermedad. Los diez se beneficiaron del milagro, pero sólo uno regresó para dar las gracias. Ese leproso, además del milagro de su curación corporal, escuchó palabras no menos misteriosas e impresionantes, que sin duda marcaron el resto de su existencia: “Levántate y vete, tu fe te ha salvado”.

Cada domingo tenemos la oportunidad de “regresar por el camino” de acción de gracias a Dios. La palabra “Eucaristía”, significa “acción de gracias”. Sólo por ese motivo se justifica ir a Misa. Sorprende y entristece ver la facilidad con que dejamos de hacerlo, a veces por flojera, las prisas de la vida, nos hacen ver ese “dar gracias” como una pérdida de tiempo. Con toda razón, el Papa Juan Pablo II advertía a todos los creyentes que “la Eucaristía dominical, congregando a los cristianos como familia de Dios en torno a la mesa de la Palabra y del Pan de vida, es también el antídoto más natural contra la dispersión”. No hacerlo, no es sólo signo de ingratitud, sino también signo de despiste existencial. Ser agradecidos no cuesta dinero, es gratis; tal vez eso es lo malo, porque todo lo gratuito corre el riesgo de no ser valorado. Es cierto que no cuesta dinero en esta vida, pero tendrá su peso cuando en la otra oigamos: “¿No fueron diez los que quedaron limpios? ¿Dónde están los otros nueve?”

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